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David es valiente. Le pide a Dios que lo mire, y a la vez se confiesa: "Examíname. Investígame. Sé que hallarás el mal, ¡pero yo todavía te busco!" La oración de David expresa su disposición a someterse a la mirada divina. Toda oración debería expresar este mismo deseo. Si no oramos más a menudo es porque nos incomoda orar con autenticidad. Preferimos la oración rápida, como las comidas rápidas. La oración de David nos introduce en un proceso lento y profundo, pero fecundo.
Dios es representado en Salmo 139:23 como el examinador o buscador de los secretos de nuestro corazón. Él no busca por curiosidad, como nosotros, o porque no conozca nuestros secretos, sino para que nos conozcamos a nosotros mismos. Cuando permitimos que la mirada de Dios penetre en nuestro corazón, estamos permitiendo que la luz llegue a los rincones más recónditos de nuestra historia, a esos lugares que a la memoria le resulta incómodo entrar. Es inútil pedirle a Dios que nos examine si cerramos nuestros corazones a su búsqueda. Nadie puede impedir ser alcanzado por el atributo divino de la omnisciencia. Él nos conoce por completo, nos guste o no, pero esta clase de búsqueda no se puede realizar sin nuestro consentimiento. Tenemos que confesar nuestros pecados conscientes, y pedirle que nos revele aun los que están ocultos (ver Sal. 19:12).
Además de pedirle a Dios que examine su corazón, David le pide que ponga a prueba sus pensamientos. El corazón es el taller del pensamiento. Nuestra mente y nuestros pensamientos estarán bien dirigidos por un corazón examinado por Dios. Es lo mismo que dice Pablo: "Todo pensamiento humano lo sometemos a Cristo, para que lo obedezca a él" (2 Cor. 10:5, DHH).
Toda oración auténtica culmina con el deseo de David: "Señálame cualquier cosa en mí que te ofenda y guíame por el camino de la vida eterna" (Sal. 139:24, NTV).
Que nuestra oración sea: "Señor, entra en mi corazón como viento arrasador, hasta los rincones de mi ser. Ilumina los lugares más oscuros de mi historia con una nueva luz. Los recovecos sin ventilación son pestilentes, pero tu mirada me oxigena, me limpia. El aroma de tu presencia es fragante a mi corazón".
Oración: Gracias, Señor, por la luz de tu mirada.