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Oración de consagración

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En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime Después oí la voz del Señor, que decía: ¿ A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. Isaías 6:1, 8.

Uzías había reinado en Israel durante 52 años, la mayoría de brillante prosperidad. Victorioso en la industria de la guerra y también en las artes de la paz, murió cuando en el horizonte aparecían ominosas nubes que anunciaban tormenta: vientos de guerra soplaban desde el norte, amenazando la seguridad de Judá. No es de extrañar que el profeta Isaías se preguntara, en aquellos días de crisis, cuando el timón pasaba a las manos de Jotam, hijo de Uzías (ver 2 Rey. 15:32), si realmente aquel joven tendría sabiduría y fortaleza para reinar sobre Israel.

Como hombre de Dios, el profeta va al Templo a buscar respuesta a sus preguntas. No es casual que nuestro texto feche la visión que recibió en el año que murió el rey. El texto nos dice el cuándo y el porqué de la revelación divina. Cuando el rey de la tierra fue colocado en la tumba, el profeta vio al verdadero Rey de Israel. No eran Uzías ni Jotam, sino el Señor de los ejércitos. Cuando Uzías muere, se hace visible el verdadero Rey.

Si el trono de Israel no hubiera estado vacío, Isaías no habría visto a Dios entronizado en los cielos. Lo mismo ocurre con todas nuestras pérdidas y dolores que tienen la misión de revelarnos al Dios entronizado. Así como las ventanas labradas con bellas figuras de las catedrales dejan pasar algo de luz pero no nos permiten mirar hacia afuera, el bienestar de las bendiciones cotidianas no nos permite ver el sol. Cuando se retiran los regalos recibidos en la vida, que a veces no valoramos, podemos ver el sol, que demasiado a menudo se esconde de nosotros. Cuando las hojas de los árboles caen en el otoño, se amplía la vista y podemos ver el cielo azul. Cuando cae la noche, las estrellas brillan.

¡Cuando se rompe el vitral, las vidrieras teñidas, de la vida, la luz entra incontenible en nuestro corazón!

¡Benditas "pérdidas" que nos permiten ver nuestras verdaderas necesidades! ¡Bendito Señor, que tiene el timón de nuestra vida!

Oración: Gracias, Señor, por las pérdidas que son ganancias.

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