|
Dios se oculta en su gloria, "porque no me verá hombre, y vivirá" (Éxo.33:20). Nada ni nadie es comparable a Dios, por eso el mandamiento dice: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra" (Éxo. 20:4). Cuando Dios está "en nuestras bocas, pero lejos de nuestros corazones" (ver Jer. 12:2), estamos adorando una imagen mental de Dios, pero no al verdadero Dios.
Dios parece oculto por nuestra limitación humana: "Su entendimiento no hay quien lo alcance" (Isa. 40:28). Pero hay otra forma en que Dios se oculta: ocultamos a Dios ante los ojos de nuestros seres amados a causa de nuestro carácter.
Hay pecados que no son condenados socialmente, pero que lastiman especialmente a los más cercanos. La ira incontrolada, el juicio condenatorio, el uso de la religión para controlar a los demás, las pequeñas deshonestidades en los negocios, son pecados ocultos para la mayoría, pero presentes para los que están a nuestro lado en el camino de la vida. Cuanto más conscientes somos de nuestras debilidades de carácter, más deberíamos arrepentimos. Pero ocurre lo contrario: somos "tercos", insistimos en pecar silenciosamente, y así nuestro arrepentimiento es cada vez más débil. Creemos que confesando nuestros pecados pagamos nuestras culpas, pero Dios se harta de nuestras confesiones que ofrecemos como sacrificio (ver Isa. 1:11). Sufrimos, lloramos un poco, pero no cambiamos. Solo lloramos para sentirnos aliviados. Pecamos, nos confesamos, para seguir pecando.
El pecado nos fascina y nos seduce, porque lo amamos como Demas, que abandonó la fe cuando se "enamoró" (agapaó) de este mundo (2 Tim. 4:10). En el Nuevo Testamento, este término griego se usa tanto para hablar del amor de Dios como de nuestro amor por el pecado. ¡Hemos sido concebidos en pecado (Sal. 51:5)! Pero ¡cuánto poder hay en Jesús para transformarnos! (vers. 10).
La vida es como un huevo: si se rompe desde afuera, ahí termina; pero si se rompe desde adentro por una fuerza interior, comienza. Esa fuerza de vida es Jesús. Poco a poco, Jesús convierte tus oraciones diarias, tu anhelo de cambio, en poder contra el pecado.
¡Bendita oración sincera y secreta, cuyo poder transforma el núcleo de nuestro ser!
Oración: Señor, no te ocultes de mi corazón.