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Oración en la soledad del dolor

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¿Por qué te olvidas completamente de nosotros, y nos abandonas tan largo tiempo? Lamentaciones 5:20.

¿Te preocupas más por tu perro que por un refugiado?" Esta pregunta es el título de la columna del 18 de agosto de 2016 publicada por Nicholas Kristof, columnista del New York Times, a quien sigo desde hace un tiempo.

En el artículo cuenta que el jueves anterior había derramado su lamento en los medios sociales por la muerte de su perra Katie, de doce años de edad, y recibió un torrente de condolencias y expresiones de solidaridad, como si hubiera perdido un familiar.

Sin embargo, en el mismo día en que murió su perra, el autor publicó una columna pidiendo mayores esfuerzos internacionales para terminar el sufrimiento y la guerra civil de Siria. Recibió un torrente de comentarios, pero que expresaban una fría y dura indiferencia: "¿Por qué debemos ayudarlos?"

El autor termina el relato con estas palabras que a la noche puso en su cuenta de Twitter: "Sincera simpatía por un perro estadounidense que expiró de viejo, y que sentí como insensibilidad con millones de niños sirios que enfrentan el hambre o un bombardeo. ¡Si al menos -pensévaloráramos a los niños de Alepo tanto como valoramos a nuestras mascotas!"

La sensación de abandono que nace de la indiferencia del prójimo es muy dolorosa. La indiferencia hace que las piedras permanezcan inmutables durante millones de años. Pero es la fuerza del amor lo que nos hace sentir vivos y nos permite crecer, cambiar, intercambiar afectos y vivir con esperanza. Lo contrario del amor, de la belleza y de la verdad no es el odio, lo feo o la herejía, sino la indiferencia; así como lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte. La indiferencia nos convierte en piedras muertas.

¡Somos la respuesta de Dios al clamor del solitario y del abandonado! Cuánto poder intercesor y liberador de las fuerzas del bien expresa la oración de Jeremías. A la vez que el profeta desata su angustia, nutre su amor por su pueblo cautivo. La sensibilidad de su oración era el sello de la presencia divina en su corazón.

¿Eres una piedra viva en el refugio de Dios para los desamparados (1 Ped. 2:5)?

Oración: Señor, que mi corazón y mis manos te sirvan.

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