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Pedro elevó sus ojos de las airadas aguas y, fijándolos en Jesús, exclamó: "¡Señor, sálvame!" Inmediatamente Jesús tomó la mano extendida de su discípulo y le dijo: "¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?" (Mat. 14:31). Luego, caminando a su lado, lo ayudó a entrar en la barca.
"Pedro estaba ahora subyugado y callado. No tenía motivos para alabarse más que sus compañeros, porque por la incredulidad y el ensalzamiento propio casi había perdido la vida" (DTG 344,345).
Pedro había murmurado contra Jesús al igual que los demás (Juan 6:61). Había criticado al Señor a sus espaldas. Así somos: ¡continuamente herimos con la boca a quienes decimos amar! La herida causada por una lanza puede curarse, pero la causada por la lengua puede ser incurable para cualquiera. Aunque no para Jesús.
La tempestad nos desnuda; las crisis muestran lo que realmente somos. En pocos minutos, Pedro pasó de la murmuración a la duda, de la duda a la infamación, ¡y de la infatuación al miedo! De un estado emocional a otro, sin escalas, víctima de su inmadurez espiritual. Los vientos que nos destruyen no solo soplan de afuera sino también de adentro de nosotros mismos. Somos nuestro peor enemigo.
No hemos crecido realmente hasta que veamos nuestras debilidades, pero solo las podemos ver con la ayuda del Espíritu Santo. Pedro supo esto tiempo después, cuando, impotente, le declaró a jesús: "Tú lo sabes todo" (Juan 21:17).
Después de la gran crisis de su vida, Pedro conoció verdaderamente quién era él; y de aquel hombre engreído, murmurador y escéptico, nació uno de los más valientes y maduros discípulos de Jesús. No hay otro camino para la madurez espiritual que aprender a soportar los golpes de la realidad, que nos confrontan con nuestro verdadero yo, y nos inducen a entregarnos a Jesús.
Pedro pronunció la oración más breve de la Biblia: "Señor, sálvame". Si hubiera elevado esas oraciones largas que se escuchan en las iglesias, se habría hundido en la profundidad del mar. Tu oración no necesita muchas palabras, sino tan solo una profunda convicción: "Señor, no puedo solo. Sálvame de las tormentas y de los tormentos".
Oración: Señor, sálvame.