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¿Cuál es la mirada que más necesitas? Hoy, millones confiesan sus miserias ante una cámara de televisión por un minuto de mala fama.
Jesús no creía en la fama. Nada de lo que hacía estaba motivado por un deseo de reconocimiento popular. Nos dijo: "He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Juan 6:38).
Jesús sabía que el hombre, con toda su fama, es "como la flor del campo, que pasó el viento por ella, y pereció, y su lugar no la conocerá más" (Sal. 103:15,16). Brota y muere pronto. La fama es vapor; la única certeza terrenal es el olvido.
Jesús sabía que a la fama la marchita el mismo sol que la hace nacer. La misma multitud que quería coronarlo rey (Mat. 21:8-11), pocos días después, vociferó: "Crucifícale" (Mar. 15:13).
La fama cobra el precio de la soledad. El éxito es frío como el hielo y tan poco hospitalario como el Polo Norte. Jesús sabía todo esto. Por eso, "él se apartaba a lugares desiertos, y oraba" (Luc. 5:16). Oraba para no vaciarse de sí en el trabajo. Oraba para no perder de vista el sentido de su vida. Muchos de nosotros hemos perdido al Señor en el camino del servicio. Servimos a la obra del Señor, y abandonamos al Señor de la obra.
"El alma que se vuelve a Dios en ferviente oración diaria para pedir ayuda, apoyo y poder tendrá aspiraciones nobles, conceptos claros de la verdad y del deber, propósitos elevados, así como sed y hambre insaciable de justicia. Al mantenernos en relación con Dios, podremos derramar sobre las personas que nos rodean la luz, la paz y la serenidad que imperan en nuestro corazón" (LO 83).
¡Apartémonos de "la multitud" de cosas que nos ahogan y nos agotan, para buscar a Dios en oración! ¡Que cada amanecer nos lleve a buscar a Dios! El fruto de esa búsqueda será el silencio. El fruto del silencio será la oración. El fruto de la oración será la fe. El fruto de la fe será el amor. Y el fruto del amor será el servicio verdadero.
Oración: Señor, solo necesito tu mirada para vivir.