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¿Por qué hemos convertido en oración las palabras del hijo mayor? Porque es la oración que a menudo tú y yo elevamos a Dios en nuestro corazón, con el pensamiento, sin palabras audibles.
La parábola del hijo pródigo es la última de tres que tienen un denominador común: la oveja se perdió, la dracma se perdió, el hijo se perdió (Luc. 15). La oveja no sabía que se había perdido; no tenía intención de alejarse de su pastor; solo buscaba pastos verdes; y como no era consciente, simplemente se perdió. La moneda tampoco quiso perderse, sino que fue la ley de la gravedad la que la perdió, y no tuvo poder de resistencia. Simplemente, se le cayó de la mano a una mujer, y como era una moneda rodó como ruedan todas las monedas... hasta el lugar más oscuro e inaccesible.
Muchos seres humanos viven perdidos como la oveja de la parábola: no le hacen daño a nadie, no saben de dónde vienen ni adonde van, y simplemente viven por vivir, alimentando sus inclinaciones naturales, hasta que se mueren. Muchas personas no tienen más poder para resistir la presión de las circunstancias y las tentaciones que la moneda que se le cayó a la mujer de la palma de la mano.
Finalmente, los hijos de aquel padre bueno también se perdieron. Pero la diferencia con la oveja y la moneda es que ellos eran conscientes de que se apartaron del padre. El hijo menor volvió. El mayor, que nunca se había ido de la casa, siempre vivió lejos de su padre, aunque creía que había obedecido. Muchos de nosotros podemos estar creyendo que obedecemos y servimos a quien no conocemos.
Lo interesante es que en las tres historias hubo Alguien que buscó la oveja y la dracma perdidas, y recibió al hijo pródigo; y en todos los casos hubo alegría por el encuentro (vers. 6,9, 24). Así es la gracia de Dios: busca a toda la humanidad.
Si eres el hermano mayor de la parábola, y a veces oras como él, o si eres el hijo pródigo, ¡que nadie robe la gracia divina de tu corazón!
Oración: Señor, gracias porque me buscas y me recibes.