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Jesús es "una fuente de agua que salta" (Juan 4:14). El símbolo sugiere un movimiento cuya fuerza se origina en la propia fuente. El agua puede estar estancada; o puede ceder a la fuerza de la gravedad y deslizarse por el lecho de un río descendente; o puede ser bombeada y levantada por la fuerza externa de un molino; o puede moverse como las corrientes del mar, regulada por la Luna o la fuerza de los vientos. Pero solo Cristo da una energía cuyo poder no procede del mundo exterior.
Nada simboliza mejor la vida libre y gozosa del creyente que esta figura del lenguaje: "el agua salta". El agua de Cristo no se estanca. Con él, ¡la vida salta de energía y alegría! En él hay energía y actividad constantes. Cristo nos levanta cada mañana para realizar las actividades cotidianas. Y, cuando llega la noche, la energía de Cristo nos da paz.
¿No estás cansado de la inexpresable monotonía y fatiga de tus labores diarias? ¿Vas a tu trabajo con una feroz sensación de "necesidad" y repugnancia? Puede que las partes más elevadas y más nobles de tu naturaleza aún no hayan sido activadas. ¡Trabajar y vivir por Cristo es un deleite! Él nos da energía renovada y renovable. La vida es deliciosa aun en el trabajo más duro.
Como el poder procede de tu interior, tu religión no está impulsada por un mandamiento externo, como si fuera un látigo. En Cristo, el deber y el gozo coinciden en todas tus obras, y tu vida espiritual no está moldeada por las circunstancias externas.
Finalmente, la promesa es que el agua saltará "para vida eterna", como los géiseres, que saltan hacia el cielo por el fuego interior del volcán. ¡Toda la experiencia cristiana en la Tierra es una anticipación de la vida eterna!
No nos arrastremos por la superficie de la vida. En nuestro interior nace el deseo de orar por el Espíritu, quien nos impulsa cada día hacia el cielo.
Oración: Señor, que mi vida salte hacia lo alto.