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Oración de un converso

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Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Hechos 9:5, 6.

Cristo inicia el diálogo con Saulo.

Desde los albores de la humanidad, después de la caída en el pecado, es Dios el que inicia el diálogo con el hombre, el que abre la comunicación (Gen. 3:813). A veces, Dios "nos tumba del caballo" (ver Hech. 9:4). Nos lleva al límite con el fin de que estemos preparados a escuchar y responder sus preguntas.

La pregunta de Jesús recibe como respuesta otra pregunta: "¿Quién eres, Señor?", cuya respuesta es la más hermosa revelación: "Yo soy Jesús" (vers. 5). ¿Has imaginado ver el rostro de Jesús alguna vez? Saulo tiembla ante la revelación, y balbucea la segunda pregunta, que recibe como respuesta un mandato (vers. 6).

Este es el diálogo entre Dios y un converso. Una es la voz del amor de Jesús, que nos llama e implora por una respuesta. La otra es también la voz del amor, pero del creyente, que vio lo que antes no había podido ver. Es la voz que pide instrucciones.

El amor siempre es el que inicia el diálogo y el que lo conserva. El amor se deleita en conocer, expresar y cumplir los deseos del amado. Cristo se deleita en conocer nuestros deseos y necesidades. Él nos anima a que se los digamos en oración, aunque él lo sabe todo; es agradable para él escucharnos, y bueno para nosotros decirlo. "Son pocos los que aprecian o aprovechan debidamente el precioso privilegio de la oración. Debemos ir a Jesús y explicarle todas nuestras necesidades [...] cualquier cosa que se suscite para perturbarnos o angustiarnos" (LO 8).

Por otra parte, sus hijos amados se deleitan en conocer su voluntad. Jesús expresa sus deseos por medio de sus mandamientos, que recibimos como esos regalos de cumpleaños que nos da nuestro cónyuge con una tarjetita escrita que dice: "A quien más amo".

¿Es la oración tu mayor deleite? Por medio de ella te relacionas con el Amado, por ella conoces su voluntad, y nace en ti el deseo de obedecerla. Jesús te dice: "Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto" (Juan 15:5).

Oración: Señor, quiero permanecer en ti.

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