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La oración de Pablo nos ayuda a profundizar en las cualidades más excelsas de la oración. En primer lugar, la oración es el vaciamiento de todos nuestros deseos, de nuestras necesidades más profundas, de nuestros dolores, a nuestro Hermano, que también es nuestro Señor. Tú y yo tenemos diferentes motivos para hablar con Dios. Pero tú y yo podemos ir a Jesús como nuestro común Hermano.
La pregunta acerca de qué cosas puedo pedir a Dios y qué cosas no debo pedir es irrelevante. Expresa una noción egoísta y formal de la oración, como si la oración fuera un trámite para pedir cosas. "Orar es el acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo" (LO 8). Si abriéramos cada día, en cada momento del día, nuestro corazón a Dios, entonces, lo que llena nuestro corazón sería visto como un objeto apropiado de oración.
Nuestras oraciones son irreales porque no encajan con nuestras necesidades reales. Tenemos que conocer nuestras necesidades reales para que la oración tenga sentido. Y solo las conocemos cuando entramos en contacto en oración con Aquel que nos conoce (Gál. 4:9).
A veces creemos que Dios no responde nuestras oraciones. Aparentemente, solo digo aparentemente, no responde, porque no hemos pedido bien. Si oramos "hágase tu voluntad", con sinceridad y sin temor, Dios responde. Pablo pidió que se le quitara la carga. Dios no le quitó la carga, pero sí respondió su oración. La confianza del apóstol de que la voluntad de Dios era buena para él hizo que viera en el "aguijón" un motivo para gloriarse en Dios, no porque fuera masoquista, sino porque la carga se quita no cuando desaparece sino cuando aparece la fuerza para llevarla.
La mejor oración es "hágase tu voluntad". ¡Acepto, Señor, el camino, con espinas y cardos! Y la mejor respuesta de Dios es: "No te quitaré del mundo ni te libraré de la carga, porque ella te hará crecer, pero te daré poder para que la lleves".
Oración: Señor, lléname de tu Espíritu, y sabré qué pedirte.