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Oración vigilante

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Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración. 1 Pedro 4:7.

Siempre recuerdo la respuesta del Doctor en Filosofía Ángel Garrido Maturano a una pregunta que le hice a bocajarro. Entonces él era uno de los jóvenes investigadores más brillantes de la Argentina. Con muchos años menos que yo, dirigía mi tesis doctoral. La pregunta fue: "Usted ¿no se envanece, siendo tan joven, con tantos reconocimientos académicos?" La respuesta me sorprendió: "¿Cómo me voy a envanecer, si alguna vez he de morir?"

La conciencia de la muerte marca el sentido profundo de la vida. Pedro nos insta a la oración, precisamente porque "el fin de todas las cosas se acerca" (1 Ped. 4:7). Para quienes vivían en su tiempo, estas palabras sonaban a expectación inminente. ¡Pero fueron dichas hace casi dos mil años! A los fines del consejo de Pedro, las palabras son tan pertinentes ahora como lo fueron en su tiempo. Aún más pertinentes, porque ahora sí que el fin está a las puertas. Jesús volverá antes de lo que pensamos.

Tú y yo tenemos una expectación que late al ritmo de nuestro corazón: no sabemos cuándo hemos de morir. Por eso, Pedro nos exhorta a ser sobrios y a velar en oración. Recordar que no llevaremos nada de este mundo al cementerio barrerá muchas fantasías dirigidas a las posesiones, a las riquezas, y aun a las vanidades y los placeres del cuerpo. Pedro nos insta a ser sobrios, sofronéo, en griego; es decir "tener una mente sana", o "ejercer dominio propio". Si vemos claramente ante nosotros el amanecer del Día del Señor, esa visión nos ayudará a someter nuestras pasiones a la supremacía del Espíritu Santo. Esa disposición de ánimo nos conduce a velar en oración. Si vivimos "según la carne", nuestras oraciones se tornan huecas, y nuestro corazón rehuye el encuentro diario con Cristo.

Pero las exhortaciones de Pedro no se quedan ahí, porque, de lo contrario, nos convertimos en anacoretas. Hay una soberbia y un egoísmo latentes en el cultivo de la religión. Por eso, "ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados" (vers. 8).

He aquí la prueba última de la calidad de nuestra religión: el amor al hermano.

Oración: Señor, pon amor en mi corazón.

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