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Grano de mostaza

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“Es como el grano de mostaza, que cuando se siembra en tierra, es la más pequeña de todas las semillas que hay en la tierra; pero después de sembrado, crece, y se hace la mayor de todas las hortalizas, y echa grandes ramas, de tal manera que las aves del cielo pueden morar bajo su sombra” (Marcos 4:31, 32).

El grano de mostaza representa muy bien la historia de la División Sudamericana. La sede que coordina el trabajo de la Iglesia Adventista en la Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay comenzó muy simple y pequeña, pero Dios siempre estuvo al comando.

En febrero de 1916, cuando la sede sudamericana fue organizada, había solo un presidente, el misionero estadounidense Oliver Montgomery, y un secretario-tesorero. Éramos 4.903 miembros bautizados, 88 iglesias, 3 uniones y 15 campos locales. Pero la iglesia mundial creó las condiciones para el crecimiento, enviando a nuestra región el 13,11% de todos los recursos destinados a los campos misioneros.

Menos de una década después, en 1922, el pastor Montgomery fue elegido presidente de la División Norteamericana y regresó a su patria. Pero el trabajo en aquel que había sido llamado “el continente descuidado” se hizo tan relevante que Rubén R. Figuhr, presidente de la División Sudamericana de 1941 a 1950, fue elegido presidente de la iglesia mundial.

El grano de mostaza creció, multiplicando la obra que había comenzado,
pequeña. De los 4.903 miembros en 1916, la iglesia ya superó los 2,5 millones en la actualidad. De las 88 congregaciones, ya superamos el número de 28 mil iglesias y grupos. De los 760 bautismos del primer año de nuestra División, en 2017 llegamos a 230.364 nuevos miembros. Teníamos, en 1916, el promedio de un adventista cada 851 habitantes. En 2018, nuestro promedio era de uno cada 136. Mientras la población aumentó un 139,96% en los últimos 52 años, la iglesia en la División Sudamericana creció un 1.401,30%. Realmente tenemos que celebrar las bendiciones y renovar la confianza en la dirección divina.

Ese camino de conquistas fue abierto por personas como Jorge Riffel en la Argentina, Alberto Staufer en el Brasil y el Uruguay, Fernando Stahl en el Perú, Tomás Davis en el Ecuador, Claudio y Antonieta Dessignet en la República de Chile, Elwin Snyder en el Paraguay y Sebastián Pereira en Bolivia.

Los próximos capítulos de esta historia están en nuestras manos. Para escribirlos, somos llamados a mirar con confianza a través del parabrisas, pero sin sacar los ojos del retrovisor.

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