|
Los días están siendo cada vez más difíciles. Lo que la Biblia ya había anticipado, las noticias lo confirman cada día. Los desafíos están por todos lados, pero muchos de ellos afectan nuestras creencias, nuestros valores y nuestra misión. Surgen algunas preguntas: ¿Qué podemos hacer para minimizar este efecto? ¿Vamos a identificarnos con los hábitos de la sociedad para ser aceptados o vamos a apegarnos a la Palabra de Dios para ser salvos? ¿Vamos a continuar como un gran movimiento o nos transformaremos tan solo en un lindo monumento? Son temas difíciles, pero que despiertan reflexiones necesarias.
Conocemos las profecías y sabemos que, más que nunca, la iglesia necesita ser la voz de Dios y no el eco de la cultura. Pero ¿por qué algunos terminan cediendo a la presión de ser más genéricos y menos adventistas? ¿Por qué cierran los ojos a la realidad y eligen la zona de confort?
Necesitamos comenzar un movimiento que rescate valores del interior hacia el exterior; principios que no pueden ser olvidados, sino que necesitan ser renovados en este momento de profundas crisis y decisiones morales, éticas y, especialmente, espirituales.
Sin duda, todo comienza con la acción del Espíritu Santo, pero ella no puede quedar restricta apenas al corazón. Nuestras actitudes y relaciones necesitan reflejar la obra divina en nuestra vida interior. Como dice Lee Venden: “El cristianismo no tiene que ver con lo que tú haces sino con a quién conoces. Sin embargo, quien tú conoces cambia todo lo que tú haces”.
No podemos comprometer nuestra identidad, especialmente en la recta final de la jornada. Elena de White vio a aquellos que “iban por el camino ancho, y sin embargo decían pertenecer a la compañía que viajaba por el camino estrecho. Los que iban a su lado decían: 'No hay distinción entre nosotros. Somos iguales. Vestimos, hablamos y actuamos de igual manera'” (Joyas de los testimonios, t. 1, pp. 33, 34).
Richard Baxter advirtió: “El Cielo pagará cualquier perjuicio que podamos sufrir para ganarlo; pero nada puede pagar el perjuicio de perderlo". Es necesario que asumamos sin miedo nuestra identidad, renunciemos al mundo y vivamos “como es digno del evangelio de Cristo” (Fil. 1:27).