|
Nos escondemos porque sentimos vergüenza. Nos da pena que alguien descubra lo que hemos hecho y sienta rechazo hacia nosotros. También nos escondemos porque tenemos miedo a que nos castiguen, y en lugar de enfrentar la situación, nos asustamos, huimos o echamos la culpa a otro. Pero el único modo correcto de responder tras haber hecho algo malo es reconocerlo, arrepentirnos, pedir perdón y seguir adelante.
Desde luego, esto no fue lo que hizo Acán, un personaje del Antiguo Testamento. Acán se quedó con «un bello manto de Babilonia, doscientas monedas de plata y una barra de oro que pesaba más de medio kilo» (Josué 7:21), y estas eran cosas que Dios había prohibido agarrar. Pero a él le gustaron y las escondió, enterrándolas junto a su casa. No le dijo nada a nadie porque le daba vergüenza admitir que había hecho algo que estaba prohibido. Cuando no le quedó más remedio y ya todo se iba a descubrir, tuvo que admitir lo que había hecho. Las consecuencias de su mala acción no solo las sufrió él, sino también su familia.
Jesús nos pide que seamos transparentes, es decir, que no hagamos nada a escondidas. Si somos obedientes, no tendremos nada de lo que avergonzarnos. Y sobre todo, amemos a los demás, «porque toda la ley se resume en este solo mandato: “Ama a tu prójimo como a ti mismo"» (Gálatas 5: 14).
Desafío: ¿Tienes juguetes que ya no usas? Búscalos, límpialos y regálalos a otros niños que no tengan.