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Si bien el trono de Dios se encuentra en los cielos, a él le encanta morar entre los seres humanos y, lo más importante, quiere vivir en tu corazón. Desde los comienzos mismos de este mundo, Dios habitó en medio de nosotros. Primero, en el huerto del Edén, él estaba presente con nuestros primeros padres. Después, tras haber elegido al pueblo de Israel, mandó construir un tabernáculo. El primer tabernáculo se trasladaba por el desierto; después edificaron el Templo de Jerusalén, en los tiempos del rey Salomón.
Cuando Jesús vivió en la tierra, algunas personas tenían una religión mal enfocada, y perdieron de vista el verdadero significado de la casa de Dios. Jesús les dijo a esas personas: «En las Escrituras se dice: “Mi casa será casa de oración”» (Lucas 19:46). Nuevamente, con amor y firmeza, Jesús les enseñó cómo adorar en la casa de Dios, a la que él mismo iba cada sábado a predicar y a reunirse con todos.
Hoy, la casa de adoración es la iglesia. La iglesia es el lugar donde estudiamos la Biblia, aprendemos sus enseñanzas, nos animamos unos a otros, oramos unos por otros y hacernos amigos en Cristo. Por todas estas cosas es fundamental ir cada sábado a la iglesia. Por eso, «no dejemos de asistir a nuestras reuniones, como hacen algunos, sino animémonos unos a otros» (Hebreos 10:25).
Desafío: ¿Cómo te imaginas el trono de Dios? Tómate un momento para pensar en lo hermoso que es. Ahora recuerda que a él le encanta morar en tu corazón también.