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Soledad... en buena compañía

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“Entonces el pueblo estuvo a lo lejos, y Moisés se acercó a la oscuridad en la cual estaba Dios” (Éxodo 20:21).

John Donne, poeta y predicador inglés (1572-1631), escribió: “Ningún hombre es una isla, aislado en sí mismo; cada ser humano es una parte del continente, una parte del todo”. Este es un lindo mensaje sobre el sentido de dependencia y de comunidad que debería ser la marca distintiva de los seres humanos.

Sin embargo, la vida no siempre es así. En algunos momentos somos desafiados a encarar jornadas solitarias, con pesadas responsabilidades. Ese fue el caso de Moisés, cuando Dios lo llamó para que sacara a su pueblo de Egipto. Después de pasar cuarenta años en el desierto, Dios lo llamó a una empresa solitaria, que involucraba enfrentar al faraón y liberar a su pueblo. Él patriarca tembló, temió, e insistió con varias disculpas frente a la responsabilidad tan pesada que había recibido.

A lo largo de su vida, Moisés tuvo que lidiar con momentos fuertes, difíciles, que lo marcaron, en los que estuvo solo. Comenzó solitario, en la cuna de juncos colocada en el río Nilo. Al huir hacia el desierto, también fue solo. Al encarar la zarza ardiente y tener un encuentro con Dios que le cambió la vida, no tenía a nadie a su lado. En la subida al monte Nebo, caminando hacia su propio funeral, completó otra jornada solitaria, una vez más. De todos modos, en esos momentos fue victorioso. Dios preparó a uno de los mayores líderes de su pueblo por medio de procesos solitarios. Moisés no fue el único. Otros hombres de Dios también fueron formados en el desierto de la soledad: José, David, Abraham y el propio Jesús.

Cuando enfrentamos una coyuntura en solitario aprendemos a no ser dependientes de los otros, a no necesitar de la aprobación, los aplausos o los elogios. En esos momentos, a solas, podemos tener un encuentro más profundo con Dios, y más realista con nosotros mismos. El crecimiento es más sólido y consistente. Aprendemos a depender del Señor de manera más intensa.

Jesús enfrentó muy bien el desafío de estar con la multitud para la convivencia y retirarse a lugares solitarios para la dependencia (Luc. 5:15, 16). Él sabía que sin la comunión, alimentada en los momentos de soledad, no llevaría a las personas a la salvación.

Cuando el sonido se silencia, las luces se apagan y la noche llega, quedan solamente tú y Dios. Es el momento de crecer, de depender de él, de tener la fe fortalecida y descubrir que él es todo lo que necesitas para vencer. No lo olvides: uno solo con Dios ¡siempre es mayoría!

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