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Levántate

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“Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda” (Juan 5:8).

Era la fiesta de Pascua, y Jesús decidió ir a Jerusalén. El sábado temprano, al salir hacia la sinagoga, pasó por lo que era considerado el “hospital” público de la ciudad: Betesda, que en hebreo significa “casa de misericordia”. Este era un “hospital” diferente, con cinco pabellones o pórticos y una piscina en el centro. No había médicos, ni enfermeras ni medicamentos. Los enfermos creían que quien bajara primero a las aguas que eran movidas por un ángel sería curado.

Un hombre, paralítico hacía 38 años, estaba allí. Al aproximarse a él, Jesús fue directo al asunto: “¿Quieres ser sano?” (Juan 5:6), le preguntó. El paralítico respondió que no había nadie que lo lanzara a las aguas. Él no respondió la pregunta de Jesús; solamente necesitaba decir sí o no, y mostrar el tamaño de su fe. Por eso, Cristo hizo el milagro, colocó la decisión en las manos de aquel enfermo y le dijo: “Levántate, toma tu lecho y anda” (vers. 8). El paralítico necesitaba decidir si aceptaría el milagro o si continuaría acostado por el resto de su vida. Había recibido la curación, pero necesitaba colocar las fuerzas en sus piernas y levantarse.

De manera semejante, quien está paralizado por el pecado solamente experimenta el milagro de la liberación cuando el poder divino y el esfuerzo humano se unen. ¿Observaste que hay personas que deciden vencer sus pecados pero que eso no se traduce en actitudes de abandono del error? Esas personas escuchan la Palabra de Dios pero no la practican.

Cuando enfrentamos las tentaciones, el Señor nos da valor para actuar y las condiciones para vencer, pero la decisión de rechazar el mal es nuestra. No sirve de nada orar si no asumes una actitud decidida de abandonar el pecado. El esfuerzo humano es necesario.

Por otro lado, hay quienes se apegan, exclusivamente, a la propia fuerza y se olvidan de que el poder para vencer el pecado está en Dios. Nuestra participación es importante, pero sola no tiene ningún valor. Sin conexión con el Cielo, somos débiles y no tenemos ninguna chance contra el tentador ni la tentación.

¿Quieres vencer lo que te derrota? Busca permanentemente el poder de Dios y decide enfrentar tu punto débil. Apodérate de la Palabra de Dios, que pronuncia tu victoria. Cree en ella, levántate y anda por la fe. Actuando así, ningún pecado te podrá paralizar.

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