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Triple revelación

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“Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20).

Los “misterios de Dios” (1 Cor. 4:1) han sido estudiados intensamente a lo largo de los tiempos. Pero todo estudio tiene su límite. Elena de White afirmó: “Que nadie se aventure a explicar a Dios” (El ministerio médico, p. 143).

Cuando el objetivo es conocer mejor a Dios, más que nuevos descubrimientos necesitamos profundizar en los conceptos que ya tenemos, buscar más intimidad con lo que está revelado y desviarnos de conjeturas. Un estudio más profundo de la Biblia nos dará condiciones no solamente para conocerlo, sino también para entregarnos a él.

Una triple revelación muestra su acción en los tres grandes momentos de la historia humana: su comienzo, su medio y su fin; “desde la creación del mundo” (Rom. 1:20) hasta el momento en el que él mismo dirá: “Yo hago nuevas todas las cosas” (Apoc. 21:5).

En Génesis 1:1 encontramos a Dios en el inicio de la historia. La Tierra estaba “desordenada y vacía” (Gén. 1:2), pero él habló, y todo se formó. Todas las cosas fueron ordenadas y ocuparon su lugar. Él se reveló como poderoso Creador.

En Juan 1:1 encontramos a Dios presente en la historia humana cuando vino al mundo como Emanuel, “Dios con nosotros” (Mat. 1:23). El mundo se había transformado nuevamente en un caos, pero esta vez, por la confusión religiosa. Él envió a su “Hijo unigénito” (Juan 3:16), en la “plenitud del tiempo” (Gál. 4:4, LBLA) y, “tomando forma de siervo” (Fil. 2:7), él se reveló como amoroso Rescatista y Salvador.

En Apocalipsis 21:1 encontramos a Dios en el final de la historia, cuando hará “un nuevo cielo y una nueva tierra” (Apoc. 21:1). Es más, ese será el fin para algunos y el recomienzo para otros. El mundo estará nuevamente en una situación caótica; con el enemigo desesperado, “sabiendo que tiene poco tiempo” (Apoc. 12:12), y los ángeles deteniendo “los cuatro vientos de la tierra” (Apoc. 7:1). A partir de este último desorden del planeta, Dios va a restaurar la Tierra a su estado original, pero definitivamente sin la presencia ni de pecado ni de pecadores (ver El conflicto de los siglos, p. 736). Él se revelará como Soberano y Restaurador.

Los atributos de Dios (ver Rom. 1:20) nos garantizan que estamos en buenas manos. ¿Por qué, entonces, gastar tiempo con dudas y conjeturas vacías si podemos profundizar nuestra confianza en el poder y en el amor de Dios?

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