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Los pastores no son ángeles; solo son hombres llamados por Dios para una obra especial. Como líderes, tienen grandes responsabilidades y expectativas. Como ministros, son representantes directos del Señor. ¡Cuánta responsabilidad!
El ministerio no es solo una profesión, es mucho más que eso. Quien no entiende la vocación sublime que recibió será infeliz y cargará sobre los hombros un peso sobrenatural. No es fácil ser pastor. Peter Drucker dice que el ministerio pastoral es una de las cuatro ocupaciones más difíciles en los Estados Unidos. Para él, en términos de dificultad, el pastorado está en el mismo grupo en que se encuentra la presidencia de la Nación, y la dirección de universidades y de hospitales.
Cuando un pastor es movido por la misión y vive en la presencia del Señor, su ministerio se hace más fácil e inspirador. Elena de White observa: “Los que dedican su vida a llevar a cabo un ministerio como el de Cristo conocen el significado de la verdadera felicidad. Sus intereses y sus oraciones van más allá de sus intereses personales” (Testimonios para la iglesia, t. 9, p. 34).
Aunque sea un instrumento del Señor, el pastor continúa siendo un ser humano. Él representa a Jesús, está entre el cielo y la Tierra, y trabaja con la salvación y la perdición de las personas. Pero él es un objetivo especial del enemigo. Debido a esa realidad, los pastores también necesitan reconocerse como ovejas y ser tratados como tales.
Muchas veces miramos al pastor y nos olvidamos del ser humano. Queremos que su familia sea modelo, que sus emociones sean saludables, que sus sermones sean creativos y su liderazgo entusiasme a todo el mundo. Sin embargo, así como sus miembros, él también necesita cuidados para permanecer firme y ofrecer lo mejor de sí. Por eso, cuida a tu pastor. Míralos a él y a la familia pastoral como ovejas que necesitan amor y oración. El Señor nos recomienda: “Los que aman al Señor y su verdad únanse de a dos o tres y busquen lugares tranquilos donde puedan orar a Dios pidiendo su bendición sobre el pastor” (A fin de conocerle, p. 269).
Y, si las cosas no están bien, ora más aún. Como dice Robert E. Harris: “Si una iglesia quiere un pastor mejor, ella puede conseguir eso orando por aquel que ya tiene”. Por lo tanto, cuida a tu pastor. Ayúdalo a vivir feliz y fielmente su ministerio. Tu iglesia y tú serán los mayores beneficiados.