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El día 29 de octubre de 2006 fui elegido para liderar a la iglesia en la División Sudamericana. Tenía solamente 38 años, era la persona más joven elegida para el cargo, no había pasado por la misma responsabilidad en otros niveles de la iglesia, y debía sustituir al respetado, equilibrado y experimentado pastor Ruy Nagel.
Entendí mi elección como un mensaje claro de que es el Señor quien dirige su obra. No importa quién sea la persona elegida; él siempre será el líder supremo. Había mucha preocupación por la salida de un líder con mucha experiencia y la llegada de un joven inexperto, pero Dios mostró que las personas son solo instrumentos.
A partir de ese momento, ejercer el liderazgo ha sido una escuela permanente. Entre virtudes y limitaciones, he aprendido muchas lecciones, de las cuales deseo destacar cuatro.
Cuanto menor la experiencia, mayor puede ser la dependencia.Todo en la función era nuevo para mí. Estaba al frente de reuniones complejas, decisiones importantes y problemas difíciles para solucionar. En especial, los años iniciales fueron de intensa oración y muchos milagros. Aprendí a depender aún más de Dios, a escuchar sus consejos y a ser utilizado como su instrumento.
Cuando Dios llama, él capacita.Yo no tenía todas las habilidades para la función. De un momento para el otro, era necesario hablar inglés y español, responder por áreas técnicas y legales, y aconsejar a líderes con más experiencia que yo. En su infinita gracia, el Señor ha provisto lo necesario para el bien de su pueblo.
La misión une a las personas. Decidí concentrar mis fuerzas en la misión. Así nació el proyecto Impacto esperanza y otros movimientos que fortalecieron la razón de nuestra existencia. Al concentrarnos en la misión, toda la iglesia fue involucrada, las personas se unieron y todo eso hizo que el liderazgo fuera más fácil.
Dios envía a las personas correctas para ayudar. Nunca faltaron personas dignas de confianza, que aparecían en el momento exacto, ofreciendo un consejo apropiado y orando por mí. Gente mucho más preparada que yo, pero humilde y dispuesta a enseñar, a apoyar y a respetar.
Así como yo recibí grandes desafíos, el Señor también puede colocar otros en tus manos. Acéptalos, y sigue adelante con humildad, oración y valor. Dios siempre te va a sorprender.