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Rescata el poder

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“Y miré, y he aquí tendones sobre ellos, y la carne subió, y la piel cubrió por encima de ellos; pero no había en ellos espíritu” (Ezequiel 37:8).

La obra del Espíritu Santo es fundamental en la vida de la iglesia. Sin él somos apenas una estructura sin vida, incapaces de hacer lo que se espera de nosotros. Sin embargo, él ha sido olvidado por algunos, confundido por otros, y su obra perdió mucho de la relevancia que debería tener. Como resultado, nos transformamos en cristianos muy débiles en la lucha contra el pecado, en el cumplimiento de la misión, y terminamos siendo espiritualmente pálidos y sin vida.

Esa realidad fue muy bien ilustrada por la visión que el profeta Ezequiel tuvo del valle de los huesos secos (Eze. 37:1-14). Sucedió en una época en la que el pueblo de Israel estaba amenazado de destrucción por haberse apartado de la Palabra de Dios y caído en la apostasía.

Ezequiel quedó impresionado ante la cantidad de esos huesos y por la condición en la que se encontraban. “Eran muchísimos” y “estaban completamente secos” (37:2, NVI). Expuestos al viento y a la lluvia, habían perdido todo vestigio de vida. Un detalle llamó aún más la atención del profeta: esas escenas le fueron presentadas en el mismo lugar en que había tenido la visión de la majestad de Dios (3:22, 27).

Ezequiel escuchó la pregunta: “Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?” Con fe, él respondió: “Señor omnipotente, tú lo sabes” (37:3, NVI), reconociendo que solamente Dios sería capaz de realizar aquel milagro. El profeta sería solamente un instrumento, y por eso recibió la orden de profetizarles a aquellos huesos secos.

Ezequiel todavía estaba hablando, pero ya había percibido el efecto de sus palabras. Hubo agitación entre los huesos, hasta que se formó un esqueleto. Aparecieron los nervios, que se unieron con los huesos; la carne ocupó su lugar; y los músculos, también. Allá estaban todos los órganos. Pero todavía les faltaba la vida.

Por más poderosa que sea, la palabra del hombre solo mueve los huesos. Es capaz de predicar, cantar, entusiasmar, organizar, impresionar y liderar; pero solamente eso. Producimos algunos cambios exteriores, reformas y mejoras, pero no podemos restaurar vidas.

Cuando se recibe al Espíritu Santo, la iglesia se reviste de poder, el pecado es vencido y la vida de Cristo nos es comunicada. Ora hoy para que el viento de Dios sople sobre nosotros y transforme nuestros “huesos secos” en un poderoso ejército de salvación.

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