|
Cuatro jovencitos hebreos sorprendieron a los miembros de la corte de la antigua Babilonia del rey Nabucodonosor. Eran «bien parecidos, sin ningún defecto físico, cultos e inteligentes, entendidos en todos los campos del saber y aptos para servir en el palacio real» (Dan. 1:4). Cuatro jóvenes que se habían propuesto (ver Dan. 1: 8) ser fieles a Dios en todo: en la alimentación, en su manera de comportarse, en sus palabras y en su desempeño. Cuatro jóvenes que siguen motivándonos hoy a destacar en nuestro entorno, no para nuestra gloria personal ni por méritos propios, sino para gloria de Dios y por los frutos que el Espíritu produce en nosotras.
Un día, el rey de Babilonia llamó a los cuatro jóvenes ante su presencia y «habló con ellos, y no se hallaron entre todos ellos otros como Daniel, Ananías, Misael y Azarías; así, pues, permanecieron al servicio del rey. En todo asunto de sabiduría e inteligencia que el rey los consultó, los halló diez veces mejores» que los demás (Dan. 1:19-20, RV95).
Diez veces mejores... ¿No te gustaría ser
Pues hay algo que no puedes perder de vista: el mismo Señor de esos cuatro jóvenes del relato bíblico es tu Dios. En él hay poder para motivarte a no conformarte con lo mínimo, sino a aspirar a lo máximo. ¿Y qué es lo máximo? Consagrar tu vida entera a Dios; pedirle que refine tu carácter, te ayude a poner en práctica tus facultades para que se desarrollen, y te permita serle fiel; decidir cada día apartarte de aquello que sabes que le desagrada y evitar contaminarte con Babilonia.
«Si eres zapatero, procura ser el mejor; si eres un hombre de negocios, procura ser el mejor», recuerdo que nos decía una catedrática. Y yo hoy te digo a ti, mujer cristiana: intenta ser la mejor hija de Dios que puedas llegar a ser.
Enero 23