|
En una noche de tormenta, un matrimonio de ancianos entró a la recepción de un pequeño hotel de Filadelfia.
-¿Nos puede dar una habitación? -pidieron.
El empleado, un joven muy atento, les dijo:
-Cuánto lo siento, pero hoy se celebran tres convenciones en la ciudad y no hay habitaciones libres en ningún hotel.
El rostro de los visitantes reflejó una profunda tristeza. ¿Adónde irían: El joven, apiadándose de ellos, les dijo:
--No se preocupen, pueden quedarse en mi cuarto. No es gran cosa, pero al menos dormirán bajo techo. Yo dormiré en el sofá.
-Algún día construiré un hotel y serás el gerente -le prometió el desconocido.
Era un hombre rico y cumplió su promesa. Poco tiempo después, construyó un hotel, contrató al joven de gerente y, cuando falleció, se lo dejó en herencia. Una increíble promesa cumplida.
Nosotras hemos recibido increíbles promesas de nuestro Dios, y somos herederas de ellas. Porque él, de su abundancia, ha querido compartir con la humanidad lo que es, lo que tiene, lo que preparo para nosotros desde la fundación del mundo. «Y esta es la promesa que él nos hizo: la vida eterna» (1 Juan 2:25, RV95). Algo incomparablemente más valioso que las cosas materiales.
Además de la vida eterna, Dios también nos ha prometido:
Febrero 16