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El anatema

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«Cuídense ustedes de toda avaricia; porque la vida no depende del poseer muchas cosas» (Lucas. 12:15).

Vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé» (Jos. 7:21, RV60). Con estas palabras confesaba Acán su pecado. ¿Y cuál era su pecado?, tal vez te estarás preguntando si no conoces bien el relato bíblico. Su pecado era haber codiciado y agarrado para sí algo que Dios había prohibido explícitamente: «Será la ciudad anatema a Jehová, con todas las cosas que están en ella; [...] guardaos del anatema; ni toquéis, ni toméis alguna cosa del anatema, no sea que hagáis anatema el campamento de Israel, y lo turbéis» (Jos. 6:17-18, RV60).

No hay duda de que la codicia es un pecado que se ha producido en todas las generaciones; nace en cualquier corazón humano. Posiblemente Acán escuchó una voz interna que le decía que aquel tesoro era su gran oportunidad. Por eso decidió esconderlo del escrutinio de sus vecinos. Ese día, Acán cambio la protección divina por un simple manto babilónico, doscientos siclos de plata y un lingote de oro. ¡Qué pobre intercambio! Pensó apenas en el placer momentáneo y fugaz, creyendo que en ello había felicidad. Lo que encontró fue desgracia.

«¿Por qué, Dios? ¿Por qué te apartaste de nosotros y no nos defendiste?», preguntaba Josué, el líder de Israel, a Dios, tras perder una batalla. El buen Dios le contestó de inmediato: «Porque el pueblo ha caído en una gran falta: quebrantaron el pacto, tomaron del anatema y hurtaron. Mintieron. Escondieron el “tesoro"». Hay que ver cuán lejos llega la avaricia, cómo va dando un paso tras otro hasta que la situación se vuelve irremediable.

Parafraseando a Epicuro: ¿Quieres ser rico? Pues no te afanes en aumentar tus bienes, sino en disminuir tu avaricia. Todo un ejemplo a seguir, y una filosofía que nuestro Maestro, Jesucristo, predicó con gran convicción: «Cuídense ustedes de toda avaricia; porque la vida no depende del poseer muchas cosas» (Luc. 12:15).

No consideres livianamente la avaricia porque, en realidad, es un pecado grave. Aunque nadie se dé cuenta porque solo tú sabes lo que hay en tu corazón, Dios sí está pendiente de tus motivos internos. No permitas que, dentro de ti, se vaya desarrollando poco a poco el deseo de tener aquello que te haría mucho mal y nada de bien.

Marzo 24

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