Regresar

Regocíjate en el Señor siempre

Play/Pause Stop
«Porque has sido mi socorro y así en la sombra de tus alas me regocijaré» (Salmo. 63:7, RV95).

Un guardabosques del Parque Nacional de Yellowstone, en los Estados Unidos, narró para las cámaras de televisión un suceso extraordinario.

Tras un incendio forestal que había destruido muchas hectáreas de monte, encontró bajo las cenizas a un ave calcinada; cuando la sacudió con una vara, descubrió debajo de su cuerpo sin vida a tres pequeños polluelos, que inmediatamente comenzaron a moverse con gran algarabía. La mamá los había cubierto bajo sus alas y los había protegido hasta el final, aunque para ello tuviera que pagar con su propia vida.

¿No te parece maravilloso que en las Sagradas Escrituras el Señor compare su relación con sus hijos con la relación que tienen las aves con sus polluelos? El mismo Jesús dijo: «¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos bajo las alas, pero ustedes no quisieron!» (Luc. 13:34). El Salmista encontró que no existía mayor placer que estar cubierto por las alas de Dios. Reiteradas veces se refirió a ellas como su refugio inexpugnable: «Cuídame como a la niña de tus ojos; protégeme bajo la sombra de tus alas» (Sal. 17:8); «quiero protegerme debajo de tus alas hasta que el peligro haya pasado» (Sal. 57:1); «quiero vivir en tu casa para siempre, protegido debajo de tus alas» (Sal. 61:4).

En una ocasión, mi hijo enumeró una lista de cosas que deseaba y, como siempre, mi esposo y yo le pusimos límites, sabiendo que estamos formando su carácter.

—Qué lástima que no somos millonarios -suspiró él.

A lo que mi esposo respondió:

-Claro que lo somos. Fíjate que una operación de corazón cuesta más de un millón de dólares. ¡Si tienes el corazón sano, ya eres millonario!

Quizá eso no fue suficiente para mi pequeño, pero debería serlo para nosotras. Si Dios nos da sombra bajo sus potentes alas, si nos socorre en todas nuestras angustias, ¿qué nos impide regocijarnos en este día? Pablo exclamo: «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!» (Fil. 4:4, RV95). La mujer cristiana es una buscadora de ilusiones diarias, una soñadora de una patria mejor, una trabajadora incansable que cosecha grandes logros y, ante todo, alguien que dobla muchas veces sus rodillas para ver la gloria de Dios. Cada vez que la encuentra, nuevamente vuelve a regocijarse en su presencia. Por eso, yo también te digo: ¡Regocíjate!

Abril 14

Matutina para Android