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La mayor verdad

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«Bendito Sea el Señor, Dios de Israel, [...] nos concedió que fuéramos libres del temor, al rescatarnos del poder de nuestros enemigos para que le sirviéramos». Lucas 1: 68, 74, NVI

EL DIOS DE LOS ELEGIDOS

 

¿RECUERDASLA HISTORIA de la pareja de ancianos sin hijos a la que el Cielo dejó estupefacta con el anuncio, demasiado bueno para creérselo, de que iban a tener un bebé, lo que dejó al anciano literalmente sin habla durante nueve meses? Te acordarás de que el milagroso nacimiento del bebé que, crecido, fue conocido como Juan el Bautista, aflojó la lengua de su padre, Zacarías, con un cántico de alabanza a Dios por el Salvador venidero. ¿Te fijaste en el resultado profetizado? La gente volvería a poder adorar y servir a Dios «sin temor». Pero, ¿se cumplió el cántico?

¿Te acuerdas de aquella mañana cuando una mujer sorprendida en adulterio fue arrojada como un saco a los pies de Jesús? ¡Estaban dispuestos a lapidarla! ¿Y el joven Mesías profetizado sobre el que cantó Zacarías? Leyendo una trampa urdida por los altivos ancianos, se agachó hasta el suelo del templo y escribió en el polvo los pecados de los acusadores de la mujer. Con el rabo entre las piernas, desaparecieron tan rápido como el registro de sus pecados en el polvo. Solo con la mujer, Jesús reveló un aspecto de Dios que ella no conocía, ni se imaginaba que existía: «Ni yo te condeno; vete y no peques más» (Juan 8:11). La sentencia emitida por Jesús aquella mañana confirmó su anterior declaración a avanzadas horas de la noche: «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él» (Juan 3: 17). Ninguna condena. ¿Qué clase de Dios es este que nos eligió antes de que tan siquiera naciéramos y que nos elige después de que hayamos caído en el pecado una y mil veces? ¿Y sin condenarnos?

Es el mismo Dios que traspasa con su mirada el rostro de quien lo traiciona, que era también el malversador del grupo, y le dice lo que piensa de él. Mira, si alguna vez has sido traicionado por alguien a quien amas, alguien cercano a ti, ¡conoces bien el catálogo de expresiones que está a tu disposición para lanzar una sarta de insultos contra ese miserable! Pero Jesús no. En vez de ello, a la luz de las encolerizadas antorchas de Getsemaní, mira fijamente los ojos de Judas, teñidos de tonos anaranjados, y lo llama «amigo» (Mat. 26:50). Llamó «amigo» a quien lo traicionaba.

Jesús hizo trizas así la mentira del diablo, probando, por el contrario, que Dios no es alguien a quien temer: sino alguien digno de nuestra confianza. Después de todo, «el perfecto amor echa fuera el temor» (1 Juan 4: 18).

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