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BOOKER T. WASHINGTON
Booker Washington era probablemente el niño más pobre del planeta. No tenía juguetes. No tenía más ropa que una camisa de mangas largas hecha de un material áspero que más tarde dijo que "uno sentía como si mil agujas estuvieran clavándose en la piel". Había nacido como esclavo, y ahora vivía con su familia en un galpón de madera con piso de tierra y sin ventanas.
Aunque era pobre, Booker no soñaba con ser rico. Él soñaba con aprender a leer. Su madre tampoco sabía leer, pero trató de ayudarlo consiguiéndole un libro. Él no podía asistir a la escuela porque su familia lo mandaba a trabajar y ganar cada centavo que pudiera.
Booker suplicó y discutió, y finalmente su padrastro aceptó que asistiera a la escuela si trabajaba todo lo posible antes del comienzo de las clases. Booker comenzaba a trabajar en una fábrica a las cuatro de la mañana. Recuerda que el primer día que pudo asistir a la escuela fue el más feliz de toda su vida.
Pero, eso no duró mucho. Pronto tuvo que dejar los estudios para trabajar en una mina de carbón. A veces, trataba de leer un libro con la luz vacilante de su casco. Mientras estaba en lo profundo de la mina, escuchó a otros mineros hablar sobre una escuela en Hampton, Virginia, que aceptaba a muchachos de su raza; y se les permitía pagar sus estudios trabajando. Decidió asistir allí. En el otoño, con 16 años, comenzó a caminar los ochocientos kilómetros desde su casa hasta el internado. Por el camino, dormía en el suelo y hacía trabajitos para conseguir un poco de comida.
¿Te imaginas querer asistir a la escuela con esa pasión? Yo tampoco.
Luego de terminar la escuela en Hampton, Booker pensó en llegar a ser un abogado. Luego, decidió que lo mejor que podía hacer con su vida era darles a otros lo que había sido tan valioso para él: una educación. Fundó el Instituto Tuskegee, que brindaba educación a hijos de exesclavos. Comenzó como el más pobre de los pobres, pero pronto él y los miles a quienes ayudó a educar salieron de la pobreza. Kim
Febrero 25