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La obra en tres actos - Segunda parte

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«Entonces bendijo Dios el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación», Génesis 2:3

EL DÍA DE LOS ELEGIDOS

Segundo acto: Dios santificó el séptimo día

¿A quién no le gusta la historia de la zarza ardiente? El pastor octogenario, con aquella balante manada a sus talones, pensaba que lo había visto todo. Pero, allí, en medio del monte rocoso y estéril, hay una frondosa zarza verde envuelta en inquietas llamas anaranjadas, y sigue frondosa y verdel Moisés avanza hacia aquella desconcertante rareza y está a punto de meter su vara en el crepitante fragor cuando una Voz retumba: «Quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es» (Éxo. 3:5). Pregunta: ¿Qué confería santidad a la zarza ardiente? Respuesta: La presencia misma y la gloria de Dios,

Meses después, este mismo Moisés, entonces poderoso liberador de los hijos de Israel de Egipto, los vuelve a llevar a este mismo desierto. Y el Dios de la zarza ardiente establece su residencia, por así decirlo, en un tabernáculo portátil cubierto de piel de animales al que llamaron santuario. El día en que Israel dedicó su flamante «iglesia», aquella tienda se llenó de una gloria tan brillante que ni siquiera Moisés podía entrar en el santuario. Pregunta: ¿Qué confería santidad a la tienda? Respuesta: La presencia misma y la gloria de Dios.

Así que cuando este mismo Moisés describe a este mismo Dios al comienzo de la historia «santificando» el sábado, usa la misma expresión que usará luego en la zarza ardiente y en el santuario. Génesis 2:3 podría leerse, literalmente, «Y Dios hizo santo el séptimo día». De hecho, la versión Dios Habla Hoy lo traduce: «lo declaró día sagrado». Así, el primer objeto de la historia de la creación que Dios declaró santo o sagrado fue el tiempo. Dios hizo del séptimo día un día santo.

¿Qué confiere santidad a algo? Que esté imbuido de la presencia misma y la gloria de Dios. Eso quiere decir que Dios no solo está presente durante el sábado; también está presente en el propio sábado. Me explico: el sábado Dios no es el invitado de la raza humana, ¡sino que la raza humana es la invitada de Dios! La presencia misma de Dios en el séptimo día hace del sábado tanto santo como totalmente suyo.

Entonces, ¿cómo puede alguien ponerse de pie y declarar que la santa presencia de Dios ha sido quitada del séptimo día y transferida a otro día sin un solo indicio en todas las Sagradas Escrituras? «Este es el día que hizo Jehová, ¡nos gozaremos y alegraremos en él! (Sal 118:24).

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