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Historia de tensiones gemelas

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«Muy de mañana, el primer día de la semana, vinieron al sepulcro, recién salido el sol. Pero decían entre sí: “¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?”». Marcos 16: 2, 3

LA ESPERANZA DE LOS ELEGIDOS

EL MUNDO CONOCE la célebre introducción de la novela de Charles Dickens Historia de dos ciudades: «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos». Alguien estampó estas palabras en una camiseta: «Decídase, Señor Dickens. ¿Era el mejor de los tiempos o el peor de los tiempos? Difícilmente podría haber sido ambas cosas».

Pero, por supuesto, realmente puede ser ambas cosas, ¿no te parece? Viviendo como vivimos en un mundo de tan clamorosos contrastes: opulencia y pobreza, formación académica y analfabetismo, Oriente y Occidente, creación y evolución, esperanza y desesperanza, fe e incredulidad, vida y muerte. ¿No luchamos todos con la a veces sofocante tensión de intentar armonizar nuestro desequilibrio o, al menos, de darle apariencia de cordura? «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos». Realmente lo fue para las mujeres que se dirigían al sepulcro temprano aquella mañana de domingo: Está muerto, no lo está. Y realmente lo es para nosotros, que también recorremos el inevitable camino al sepulcro: Viene pronto, no lo hace.

Entonces, ¿cómo viviremos los que estamos atorados en algún punto entre el tiempo del fin y el fin del tiempo? En una ocasión, el autor estadounidense llegó a esta conclusión: «La prueba de una inteligencia de primera fila es la capacidad de tener en mente dos ideas opuestas a la vez y seguir manteniendo la cordura». ¿Qué pasaría si retocásemos esa frase así?: «La prueba de una fe duradera es la capacidad de tener en mente dos ideas opuestas a la vez y seguir manteniendo la capacidad de confiar». La vida es difícil... Dios es amor. Tengo temor... tengo fe. Dudo... confío. Peco... Cristo salva. Descenderé a la sepultura... él volverá por mí. La fe duradera es la necesidad de tener en mente dos ideas opuestas a la vez y, pese a ello, mantener nuestra confianza en Dios.

«Así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados» (1 Cor. 15: 22). Dos ideas opuestas, una confianza: sí, moriremos; pero sí, en Cristo todos podemos volver a ser vivificados. Y por eso no nos entristecemos como «otros que no tienen esperanza» (1 Tes. 4: 13). Porque confiamos en él. Confianza. Sin ella, los elegidos carecen de esperanza y de elección. Pero por la resurrección de Cristo podemos tener esperanza, podemos confiar, podemos elegir: «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos». Pero elige tú a Jesús hoy de nuevo, y la promesa es segura: la piedra será removida.

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