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¿Soy yo el guardián de mi hermano? - Tercera parte

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«Caín dijo a su hermano Abel: “Salgamos al campo”. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató. Entonces Jehová preguntó a Caín: «¿Dónde está Abel, tu hermano?" Y él respondió: “No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?”. Jehová le dijo: «¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra». Génesis 4: 8-10

LA COMUNIDAD DE LOS ELEGIDOS

EL DESGARRADOR RELATO de la primera familia de la historia es prueba suficiente de que el Libro que consideramos sagrado no es, ni mucho menos, una colección de mitos enjalbegados de «vivieron felices para siempre». La vertiginosa velocidad con la que el pecado eviscera la comunidad humana y la precipita en la tan habitual disfunción familiar es asombrosa.

Siete veces en este trágico relato, Moisés, autor del Génesis, describe intencionalmente a Abel como «hermano» de Caín, para que nunca olvidásemos que este hecho nefando fue perpetrado contra un hermano. Y, para la culminación del relato, las últimas tres referencias al «hermano» son posesivos: «guarda de mi hermano», «la sangre de tu hermano» y «la sangre de tu hermano».

¿Quién puede llegar a entender el horror y el desmayo que derribaron a aquellos queridos padres cuando, más tarde, se preguntaron dónde estarían ambos hijos y salieron a los campos en su busca? «¡Caín! ¡Abel! ¿Dónde están?». ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que descubrieron la verdad? ¡Quién lo sabe! Pero cuando Adán y Eva se desmoronaron sobre el cuerpo magullado de su hijo menor y mezclaron sus lágrimas con la primera sangre humana derramada en tierra, sin duda su corazón quebrantado supo que habían perdido a ambos hijos en un mismo día.

Y cuando Dios sale al encuentro de un Caín (del que se soñó que sería el Libertador de la tierra, pero que, en vez de ello, es el primer homicida de la tierra) fugitivo y sin aliento, la confesión del joven es dolorosamente instructiva para la comunidad de los elegidos hoy. «¿Dónde está tu hermano?». Fingiendo inocencia, Caín se encoge de hombros ante la pregunta divina: «¿Cómo voy a saberlo? ¿Soy yo el guardián de mi hermano?». Pero Dios no se deja engañar: «Oigo la sangre de tu hermano clamando a mí desde la tierra».

Dos imponentes verdades en un trágico relato, y Dios es inequívoco en ambas. En primer lugar, tú y yo somos guardianes humanos vicarios para cada ser humano al que conozcamos, no solo dentro de nuestra familia, sino dentro de nuestra comunidad. No hay ninguna excepción humana. En segundo lugar, el clamor de aquellos a los que nos negamos a atender puede ser silenciado en nuestro propio corazón, pero es oído en el del Padre. Verdades gemelas que son razón suficiente para una oración ahora mismo: Oh Dios, por favor, hazme guardián de aquellos a los que me envíes hoy.

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