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Juan y Sebastián Caboto

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Pero has levantado un estandarte para los que te temen. Salmo 60:4.

Sebastián Caboto saltó del bote de remos y, soga en mano, se dirigió a la orilla chapoteando. Se detuvo en la playa angosta y rocosa buscando un lugar donde amarrar el bote hasta que él y sus amigos estuvieran listos para regresar al Matthew. Al fin decidió amarrarlo a una gran piedra.

Luego, Sebastián fijó su atención en las empinadas paredes de piedra que se elevaban desde la misma playa. Parecía que los desafiaban: "¡Sube, si puedes!” Sebastián aceptó el desafío. Después de varios resbalones y raspones se paró en la cumbre del paredón. Al mirar hacia abajo, vio a su padre Juan Caboto y a otros marineros izar la bandera de Inglaterra sobre la playa. Sintió que la piel y la espina dorsal se le crispaban al ver que su bandera ondeaba en el viento.

-¡Lo logramos! -le gritó Sebastián a su padre-. ¡Hemos llegado a Asia! Una exploración más detenida, sin embargo, los hizo dudar de sus conclusiones. Los habitantes de esta tierra eran hombres de apariencia hostil, que vestían pieles de animales y se pintaban los rostros de rojo. Los exploradores no encontraron las grandes ciudades, el oro ni las especias que buscaban. No obstante, reclamaron esta tierra, sin importar su origen, para el rey Enrique Vil de Inglaterra. Gracias a Juan y Sebastián Caboto la costa este de Estados Unidos llegó a ser accesible para los colonos ingleses. Los ingleses reclamaron la nueva tierra, ya que su bandera fue la primera en plantarse allí.

Cuando naciste hubo una contienda en el espacio y el tiempo para ver quién tenía derecho a reclamarte. ¿Sería Jesús o Satanás?

-Me pertenece -insiste Satanás-, Yo planté mi estandarte en el Jardín del Edén. Mi bandera fue estampada en la raza humana, en el corazón de cada niño nacido desde entonces. Es mío.

-No -le contesta Jesús-, yo soy el que le dio la vida. Me lo quitaste, pero yo entregué mi vida para recuperarlo. A mí me pertenece; sin embargo, no lo obligaré a seguirme. No quiero que enarbole mi bandera a la fuerza. Puede quedarse con la tuya si así lo desea. Dejaré que sea él quien decida.

¿Cuál será tu decisión? La bandera de Satanás ondeará en tu corazón hasta que decidas algo diferente. Jesús quiere plantar su enseña en tu corazón. ¿Se lo permitirás?

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