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Tu palabra he cantado en mi corazón

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«Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían». Hechos 16: 25

LA VERDAD DE LOS ELEGIDOS

NO PUEDO IMAGINARME el dolor ardiente y traumático de que te golpeen con azotes la espalda desnuda. Me tocó recibir algunas zurras de muchacho. Pero, ¿que te desnuden para una flagelación pública? ¡Pobres Pablo y Silas! Con toda su espalda convertida en una paleta de tonos negros, azules y rojos, son obligados a sentarse sobre sus nalgas magulladas y sangrantes, tienen los tobillos hinchados y los pies trabados en cepos de madera, y todo el tiempo incapaces de apoyarse en la húmeda pared de la cárcel: ¡tan dolorida estaba su espalda al contacto! Entonces, ¿qué se supone que tiene que hacer un seguidor de Cristo?

Pablo y Silas se ponen a cantar. Probablemente no fuera uno de esos cánticos de alabanza tocados a un volumen capaz de reventarte los altavoces, que te hacen llevar el ritmo con el pie y chocar esos cinco con Dios. Quizá uno de ellos se pone a canturrear. Y el otro reconoce la melodía y se suma a él. Porque habrás notado que ¡hasta el tarareo es contagioso!

Incluso a medianoche. Hasta cuando se sufre. Especialmente cuando se sufre. Porque la vida sí duele, y el dolores real. Y las medianoches pueden durar días, hasta años a veces. Y por eso necesitamos tomar una página del himnario de Pablo y Silas, que no tenían elección y no podían dormir, así que cantaban. Porque es verdad: la alabanza es contagiosa.

Reflexiona sobre esta perspicaz observación: «Es una ley de la naturaleza que nuestros pensamientos y sentimientos resultan alentados y fortalecidos cuando son expresados. Aunque las palabras expresan los pensamientos, estos a su vez siguen a las palabras. Si diéramos más expresión a nuestra fe, sinos alegráramos más de las bendiciones que sabemos que tenemos: la gran misericordia y el gran amor de Dios, tendríamos más fe y gozo. [...] Tributemos alabanza y acción de gracias por medio del canto. Cuando nos veamos tentados, en vez de dar expresión a nuestros sentimientos, entonemos con fe un himno de acción de gracias a Dios. El canto es un arma que siempre podemos esgrimir contra el desaliento. Abriendo así nuestro corazón a los rayos de luz de la presencia del Salvador, encontraremos salud y recibiremos su bendición» (El ministerio de curación, cap. 18, pp. 167, 168; la cursiva es nuestra).

Entonces, ¿qué tal si memorizáramos el Salmo 34: 1, le pusiéramos música y lo canturreáramos siempre que recibiéramos un golpe en un dedo meñique del pie, o estuviéramos en medio de un atasco de tráfico, o sintiéramos descender la oscura nube del desaliento o fuéramos heridos profundamente por una persona amada? En vez de obsesionarnos con esas cosas, ¿qué tal si memorizáramos y cantáramos esta alabanza?: «Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca».

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