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Listos para debutar - Primera parte

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«Cuando llegó el día de Pentecostés estaban todos unánimes juntos. De repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban. Hechos 2: 1, 2

LA MISIÓN DE LOS ELEGIDOS

¿QUÉ OCURRIRÍA SI, mientras estamos arrodillados en la iglesia este sábado, oyéramos, como a la distancia, el gemido de pocos decibelios de un viento lejano? Con los ojos aún cerrados en oración, ahora podemos oírlo con claridad: un gemido y un crujido ventosos in crescendo. De repente, lo que sea se convierte en el traqueteo de un tren de mercancías que se acerca. En el Medio Oeste de EE. UU. nos han enseñado que eso es el aviso audible de un tornado. Pero, antes de que podamos reaccionar, el viento huracanado parece explotar dentro de nuestro santuario. Pero las lámparas del techo que cabría esperar que estuvieran bamboleándose con un ángulo disparatado cuelgan verticales e inmóviles. No hay viento, ni movimiento de aire alguno, solo el rugido de un furioso tornado dentro de la iglesia.

Entonces la vemos, suspendida en el aire a media altura con respecto al techo: una turbulenta bola de fuego anaranjado, como una cuba de acero fundido borboteante sin una vasija de hierro que lo contenga; fuego líquido suspendido en el aire. Entonces, como si manos invisibles fueran responsables, llameantes tiras delgadas se desprenden de la ardiente bola y salen como una flecha por el aire, subiendo y bajando por cada pasillo y cada banco, hasta que una temblorosa lengua de fuego arde sobre la cabeza de cada fiel. ¡Pentecostés! ¿Qué ocurriría si pasase ahora mismo y aquí mismo?

Hay quienes vienen orando mucho tiempo por un Pentecostés. Lo sé; me he encontrado con algunos. Vinieron dos adultos jóvenes a mi despacho de iglesia y compartieron su ferviente anhelo de que volviera a ocurrir, y se preguntaban por qué no aquí. ¿Les digo que aún no puede suceder? ¿Que este no es el momento debido? ¿Que no somos la generación adecuada para el Pentecostés? Y, además, ¿qué aspecto tendría?

La respuesta se halla en la palabra griega pentecoste, que significa «quincuagésimo día». Se añaden cincuenta días a la Pascua y se llega a Pentecostés. Ambos días santos simbólicos se basaban en una misma pasión divina. Desde las puertas del Edén a la cruz de Cristo y hasta el día de hoy, todo acto de Dios, sin excepción, ha sido impulsado por su amor apasionado por los pecadores humanos caídos. Belén, el Calvario, Pentecostés, todo por su pasión carmesí. Por eso, cuando oras por el Pentecostés, pides algo más que simplemente ser henchido del Espíritu Santo: de hecho, suplicas ser colmado de la encendida pasión de Dios por las personas perdidas. Porque, ¿cómo podríamos ser llenos del Espíritu Santo si no estamos llenos de la pasión de Dios?

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