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De rodillas - Segunda parte

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«Cuando terminaron de orar, el lugar en que estaban congregados tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban con valentía la palabra de Dios». Hechos 4: 31

LA MISIÓN DE LOS ELEGIDOS

NATALIE MEILINGER, maestra de Chicago, oyó voces masculinas cuando fue a vigilar el monitor de su bebé. Mirando rápidamente, vio a los hombres en la pantalla. Pero, ¿qué hacían en la habitación de su bebé? Por una casualidad tecnológica, ¡el monitor de vídeo de su bebé estaba recibiendo imágenes en directo del transbordador espacial Atlantis! Mensajes del espacio exterior: Hechos consigna veinticinco casos de oraciones. En su comunión con el cielo, a menudo estaban postrados, ¿no crees?

En el episodio de hoy, acaban de soltar a Pedro y a Juan de la cárcel, en la que pasaron la noche, interrogados por su fe. En respuesta a la crisis, la iglesia se reúne en el familiar aposento alto para derramar su corazón colectivo en una ferviente petición a Dios por su liberación. Es la oración más larga consignada en Hechos. Y culmina con su ruego: «Y ahora, Señor, mira sus amenazas y concede a tus siervos que con toda valentía hablen tu palabra» (Hech. 4: 29). Resulta especialmente emocionante observar la inmediata respuesta divina a su intercesión, tal como se registra en nuestro texto de hoy. El libro And the Place Was Shaken [Y el lugar tembló], se vale de ese dramático momento de oración para abordar a la iglesia del tercer milenio, «El primer secreto que movilizó los recursos del cielo para [la iglesia de Hechos] fue este: pasaron de estar en su propia agenda a estar en la agenda de Dios» (p. 33). Y ese es el secreto que puede movilizar los recursos del cielo también para nosotros.

Entonces, ¿es la agenda de Dios tu agenda, mi agenda, nuestra agenda Como Jesús en el huerto de Getsemaní, ¿hemos aprendido a orar con pasión: «Que no sea como yo quiero, sino como tú: Quiero abrazar tu agenda, oh Dios, en lugar de la mía. Hágase tu voluntad, no la mía»? El hecho de que Jesús sollozase esa oración «con gran clamor y lágrimas» (Heb. 5: 7) es prueba suficiente de que hay ocasiones en que nuestros deseos más profundos pueden chocar frontalmente con los deseos y la voluntad de Dios. No siempre resulta fácil orar: «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mat. 6: 10). Pero, a no ser que la agenda del cielo sea nuestra en este momento tan determinante de la historia del mundo, ¿de qué vale ser iglesia, ser los elegidos?

¿Hay otros en tu congregación a quienes pudieras invitar a unirse a ti en la oración colectiva de Hechos 4 pidiendo el efusivo poder de Dios? ¿No es esta la hora para que los elegidos seamos zarandeados con una nueva unción, para que podamos presentar la Palabra de Dios con nuevo arrojo a esta generación? Entonces, ¡ora!

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