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Los reclutas - Tercera parte

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«Son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero». Apocalipsis 14: 4

LA MOVILIZACIÓN DE LOS ELEGIDOS

LO QUE ACABAS DE LEER es una descripción del último ejército del Mesías sobre la tierra. ¿No resulta notable que, reunida de todos los lugares sobre la faz de la tierra, esta generación final de reclutas sea audazmente identificada como un pueblo que sigue «al Cordero por dondequiera que va»? ¿Son solo los jóvenes? Por supuesto que no. Pero, según señalamos hace dos días, el Salmo 110 se toma la molestia de identificar como juventud a los reclutas que se suman al ejército del Mesías. Un autor describe el influjo de estos jóvenes reclutas «tan copioso como el rocío». El comentario de Derek Kidner los presenta como «un espléndido ejército movilizado en silencio y repentinamente». ¡Son los jóvenes de los elegidos!

 Y, ¿adónde van? Siguen al Cordero Mesías dondequiera que va. Y, ¿adónde va? «Muchos piensan que sería un gran privilegio visitar el escenario de la vida de Cristo en la tierra, andar donde él anduvo, mirar el lago en cuya orilla se deleitaba en enseñar y las colinas y valles en los cuales sus ojos con tanta frecuencia reposaron. Pero no necesitamos ir a Nazaret, Capernaúm y Betania para andar en las pisadas de Jesús. Hallaremos sus huellas al lado del lecho del enfermo, en los tugurios de los pobres, en las atestadas callejuelas de la gran ciudad, y en todo lugar donde haya corazones humanos que necesiten consuelo. Al hacer como Jesús hizo cuando estaba en la tierra, andaremos en sus pisadas» (El Deseado de todas las gentes, cap. 70, p. 610; la cursiva es nuestra). ¡Dios nos ha dado una generación así hoy!

En una galería de arte de Düsseldorf un joven universitario alemán estaba de pie absorto ante el óleo Ecce Homo [He aquí el Hombre] de Domenico Fetti. En silencio, miraba fijamente la representación de Jesús con su corona de espinas. Pero lo que ganó su corazón para Cristo fueron las palabras escritas al pie del cuadro: «Todo esto lo hice por ti; ¿qué haces tú por mí?». Salió de la galería, volvió a su ciudad universitaria y formó con sus amigos la «Orden del grano de mostaza», un grupo de jóvenes que acabó convirtiéndose en el movimiento misionero más expansivo de la historia de la iglesia: los Hermanos Moravos. ¿El joven? El conde Nicolaus Ludwig von Zinzendorf. Él y sus seguidores adoptaron el lema latino Vicit Agnus noster, eum sequamur: «Nuestro Cordero venció, sigámoslo». Porque la marca de un gran movimiento es la capacidad de seguir. Y «siguen al Cordero por dondequiera que va». También yo quiero seguirlo. ¿Y tú?

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