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Aprender primero la mansedumbre

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«Siempre les tiende la mano a los pobres y necesitados». (Proverbios 31:20).

CUANDO LA MUJER surgió del corazón y de la mente creativa de Dios, fue dotada de virtudes que la hacen especial y la ponen en capacidad de desarrollar un ministerio único. La misericordia es una virtud distintiva de la naturaleza femenina, pues nosotras somos sensibles a las necesidades ajenas y sentimos el impulso de hacer cosas para el bienestar de los más vulnerables. En un mundo frío e insensible como el nuestro, cuán importante es que las mujeres de Dios, guiadas por el Espíritu Santo, nos sumemos en un esfuerzo común en pro de la salvación de las almas.

La misericordia aflora en las manos de una mujer cuando ofrece un toque cariñoso al que sufre; surge de sus labios a través de palabras de ánimo; es la que encamina sus pies para ir en busca del solitario y del que vive marginado, ofreciéndole inclusión y apoyo. En compañerismo con Dios, podremos llevar abundancia donde ahora solo hay escasez; sanidad, donde ahora solo hay enfermedad; y paz, donde ahora solo hay abatimiento de espíritu y dolor. La clave está en tener esa relación íntima con Dios que nos lleve a ser mujeres de misericordia.

Querida amiga, ocupemos nuestro lugar en el campo de batalla que es este mundo donde vivimos. Nuestro lugar es bien cerca de nuestro capitán, Jesucristo, para que nos use ahí donde le resultemos más útiles. Y hagamos con gozo la tarea que él nos ponga por delante, sabiendo que cada alma abatida que cae presa de las artimañas del enemigo puede ser sanada gracias a nuestra oportuna intervención, que hacemos con el deseo de llevarlas a Cristo. Él es quien ofrece la salvación que anhelan.

En el segundo volumen del libro Joyas de los testimonios se lee: «El Señor tiene una obra tanto para las mujeres como para los hombres. Ellas pueden hacer una buena obra para Dios si quieren aprender primero en la escuela de Cristo la preciosa e importantísima lección de mansedumbre. No solo deben llevar el nombre de Cristo, sino poseer su Espíritu. Deben andar como él anduvo, purificando su alma de todo lo que contamina. Entonces podrán beneficiar a otros presentando la suma suficiencia de Jesús» (p. 404). Aprender primero la mansedumbre, de ahí deriva todo lo demás. ¿Estás lista para la escuela de la mansedumbre, con Cristo como tu maestro? Te enseñará a andar como él anduvo.

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