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Contempla la vida desde tu cuerpo de mujer

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«Llévame por el camino de tus mandamientos, pues en él está mi felicidad». (Salmo 119:35).

CON MUCHAS las circunstancias, algunas imaginarias, pero otras reales, que han llevado a muchas mujeres a desear haber sido varones. El desprecio de lo femenino no solamente es consecuencia del llamado machismo; también es consecuencia de la poca valoración de nuestra naturaleza y de toda la exquisitez que posee. Por supuesto que es un derecho vivir con dignidad, y esta debe ser rescatada desde nuestro interior. Si subestimamos lo que somos, si no nos valoramos a nosotras mismas, si no festejamos nuestros aciertos y nuestras virtudes, la lucha por la igualdad no dará mucho fruto.

Es tiempo de reconocer lo que somos y, desde lo femenino, aprender a disfrutar de la vida. Intuitivas por naturaleza, las mujeres podemos advertir terrenos peligrosos y evitar caminar por ellos, lo que nos salva de muchos percances físicos, emocionales y espirituales.

Detallistas e ingeniosas, podemos crear belleza donde quizás pocos la ven; eso nos incluye a nosotras mismas en nuestro arreglo personal.

Emocionales y sensibles, podemos reír y llorar cuando acompañamos al que sufre y al que está alegre; podemos dar afecto y expresar lo que sentimos sin máscaras.

Orientadas al aquí y al ahora, nuestra naturaleza práctica nos permite atender una agenda de actividades con prontitud, agilidad, cuidado, organización y precisión, algo que a muchos varones les cuesta mucho.

Románticas y cariñosas, hacemos que el contacto físico con el esposo sea cálido, tierno, placentero y no simplemente una relación sexual fría y sin conexión.

Orientadas a las relaciones interpersonales, somos buenas compañeras, amigas, novias, madres y esposas. Dispuestas a escuchar y a hablar, tocamos el corazón de los demás, transformándonos así en motivadoras, consejeras y guías, con lo cual practicamos un ministerio semejante al que Jesús ejerció cuando vivió entre los hombres y las mujeres de su tiempo.

Maternales y tiernas, somos cuidadoras empáticas de los niños, los ancianos, los animales y la naturaleza.

El placer de ser mujer comienza agradeciendo a Dios por la forma en la cual te hizo, y termina demostrándote a ti misma y a los demás que la vida vista desde un cuerpo y una mente de mujer es maravillosa y gratificante.

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