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DIOS CREÓ A LAS PERSONAS para que se relacionaran las unas con las otras. Es a través de nuestra relación con el otro que encontramos cariño, pertenencia y que nos damos cuenta de muchos de nuestros propios defectos de carácter.
Pertenecer es un anhelo humano; sea cual sea la edad o el género que tengamos, siempre buscamos satisfacer nuestro anhelo de pertenencia. Todos necesitamos sentirnos queridos. Por eso los saludos afectuosos y sinceros, los abrazos bien intencionados, las sonrisas auténticas y sencillas, y las palabras de aprobación sin fingimiento son tan vitales; son nuestra manera de hacerle sentir a nuestro prójimo «aquí perteneces»; «aquí eres apreciado»; «eres uno más de nosotros, hermanos en Cristo Jesús». Cuando Dios dijo «no es bueno que el hombre esté solo: le haré ayuda idónea para él» (Gén. 2:18, RV95), se refería exactamente a lo que estamos hablando.
Alguien expresó, y con toda razón: «Yo sé que existo porque tú me ves». Tomamos conciencia de nuestra existencia al relacionarnos con los demás. Nos construimos a través de la relación que tenemos con otras personas, y hacemos lo mismo por ellos. El bebé, a través del contacto con su madre en primera instancia, inicia el conocimiento y la construcción de sí mismo. Sin ella, le sería muy difícil sobrevivir. Por supuesto, también el padre es determinante en este sentido. Más adelante, ese bebé entra en contacto con otras personas y se interrelaciona con ellas para sentir que existe y saber quién es, qué puede hacer, qué sabe, qué necesita y qué puede ofrecer a los demás.
Los seres humanos nos construimos en sociedad, en el núcleo pequeño de la familia, en la iglesia, en el vecindario. Juntos, tendemos puentes de comunicación que nos permiten compartir ideas y afecto, a pesar de que en ocasiones no resulta fácil. Y todos salimos enriquecidos. Dios es el elemento amalgamador cuando las relaciones se rompen y entramos en aislamiento emocional.
Amiga, tendamos puentes de comunicación, construyámoslos con humildad, paciencia, tolerancia y simpatía. Necesitamos dejar de centrarnos en nosotras mismas y en nuestros deseos; necesitamos acudir a Dios con humildad. Si tendemos un puente de amor con él, estaremos en condiciones de hacerlo también con los que nos rodean.
Los niños necesitan cuidado; los adolescentes, comprensión; los jóvenes, dirección; los adultos, amistad; los ancianos, compañía. Seamos puentes que lleven a muchos al reino de los cielos.