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La noble función del hogar

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«Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor». (Josué 24:15).

EL HOGAR, INSTITUCIÓN SAGRADA y creada por Dios con altos ideales, ejerce una influencia insustituible en la formación de los seres humanos, especialmente en la de los niños y los jóvenes. Esta institución es la que debiera garantizar la salud física, mental y espiritual de sus moradores. «Cristo ha tomado toda medida necesaria para que cada padre y madre que quiera ser dirigido por el Espíritu Santo reciba fuerza y gracia para enseñar en el hogar. Esta educación y disciplina ejercerán una influencia modeladora» (El hogar cristiano, cap. 33, p. 195).

La iglesia y la escuela, como instituciones que imparten educación, solo son coadyuvantes del hogar en la tarea de educar. El tiempo que el niño permanece en casa, en convivencia con su familia, es mucho más importante para su desarrollo y tiene mayor impacto sobre el niño que el tiempo que pasa en la escuela y en la iglesia; por lo tanto, no podemos esperar que estas hagan lo que nos corresponde a nosotras hacer por derecho y por deber.

Una autoridad ejercida con afecto, bondad y respeto es el ingrediente que no puede faltar en la conducción de los niños en el hogar. Esta es la forma correcta de enseñar valores, de formar hábitos y generar actitudes positivas ante la autoridad, incluyendo la suprema autoridad de Dios. El trato cotidiano a través de palabras y actos, es el espejo donde el niño se hace consciente de quién es. Las palabras duras y descorteses, las comparaciones, los apodos y las descalificaciones provocan en el niño desprecio por sí mismo, un concepto equivocado del amor de Dios, rebeldía y alejamiento emocional de sus familiares.

Las emociones positivas se transforman en sentimientos positivos; estos, a su vez, dan lugar a conceptos positivos; así se produce un estado emocional pacífico, proactivo, perdonador, equilibrado y ecuánime que le garantiza al niño una estancia armoniosa en el mundo. Todo esto se logra en un ambiente hogareño donde se manifiesta el espíritu de Cristo.

Dios en el centro del hogar garantiza la estabilidad familiar, aun en medio de las peores tempestades. «Necesitamos confiar en Jesús diariamente, a cada hora. Nos ha prometido que según sea el día, será nuestra fuerza. Por su gracia podremos soportar todas las cargas del momento presente y cumplir nuestras responsabilidades» (Joyas de los testimonios, t. 2, p. 59).

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