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La generación de Jesús: La última tentación

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«En los días de su vida mortal, Jesús ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su reverente sumisión», Hebreos 5: 7, NVI

EL CRUCE DE LOS ELEGIDOS A LA ETERNIDAD

OSCAR WILDE TUVO la ocurrencia de decir: «Puedo resistir cualquier cosa, ¡salvo la tentación!». Por otro lado, los seres humanos capitulamos con demasiada facilidad, sin poner demasiados reparos, ¿no? El agudo enfrentamiento con el caído Lucifer en el que entró nuestro Señores prueba suficiente de que la senda de la tentación es el camino de Dios incluso para los que están más cerca de él. Recuerda que el relato evangélico es claro: Jesús fue impulsado por el Espíritu (Mar, 1: 12) o «llevado por el Espíritu» (Luc.4: 1), directamente a aquella explosiva batalla del desierto. Pese al «No nos metas en tentación», la realidad es que todos los elegidos de Dios son llevados, igual que Jesús, a la furia demoníaca de la tentación.

Pero, ¿qué es la tentación? «La tentación es el atajo sugerido para la consecución de lo más elevado a lo que aspiro, no a lo que entiendo malo, sino a lo que entiendo bueno» (Oswald Chambers, My Utmost for His Highest, 17 de septiembre). El diablo no nos acosa con la invitación a hacer el mal: resistiríamos rápidamente. Se acerca a nosotros, más bien, con la invitación de un atajo a lo que sin duda es bueno. Así fue con la tentación sexual de José por parte de la esposa de Potifar, que le ofreció la posibilidad de lo que era bueno: su libertad de la esclavitud. Así fue con las tres andanadas que recibió Jesús en el desierto provenientes de Satanás, las tres ofrecían lo que era verdaderamente bueno: librarse de morir de hambre, la protección del peligro, la conquista del mundo. Pero para José y para Jesús la respuesta fue la misma: puede que sea un «buen» final, pero no es el camino de Dios. «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mat. 6:10).

Y, dado que la voluntad divina, ciertamente, será hecha en la tierra en la vida de la generación final de Jesús, tú y yo no podemos permitirnos el lujo, como Wilde, de tomarnos a broma nuestras tentaciones. Más bien, como nuestro Maestro, también nosotros debemos elevar «oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas» al Único que puede salvarnos (Heb. 5: 7, NVI). No hay ningún atajo para los elegidos. Pero hay una promesa: «El alma que se entrega a Cristo llega a ser una fortaleza suya, que él sostiene en un mundo en rebelión, y no quiere que otra autoridad sea conocida en ella sino la suya. Un alma así guardada en posesión por los agentes celestiales es inexpugnable para los asaltos de Satanás» (El Deseado de todas las gentes, cap. 33, p. 294).

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