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TRES BOLSAS

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“Y estamos seguros de que él nos oye cada vez que le pedimos algo que le agrada; y como sabemos que él nos oye cuando le hacemos nuestras peticiones, también sabemos que nos dará lo que le pedimos" (1 Juan 5:14, 15, NTV).

Eran las 10:55. Tenía que estar a las 11. Llevaba mi Biblia y el libro Profetas y reyes bajo mi brazo, mientras con la otra mano sostenía mi paraguas.

Había encontrado unas citas que quería compartir antes de ensayar con el coro y quería llegar a tiempo. Iba por una vereda y ella estaba enfrente.

Podía fingir que no la había visto y no cruzar, pero tenía una lucha interna que me impedía ignorarla. Acababa de terminar mi culto y había orado pidiéndole a Dios que me ayudara a servirlo, que me ayudara a entregarme por completo a él.

Esa lucha, que duró solo un par de segundos, se libra miles de veces al día entre nuestro egoísmo y nuestra entrega.

"¡Hola! ¿Quiere que le ayude con las bolsas?”, le pregunté mientras la veía salir del supermercado. Caía una llovizna ligera, y ella intentaba cargar tres pesadas bolsas.

"Justo estaba orando para que alguien me ayudara!", respondió sorprendida.

Cruzamos la calle, pasamos por la plaza y llegamos a su casita. Mientras caminaba, dijo: "No sabes cuán agradecida estoy a Dios por responder mi oración. Estoy tan desanimada estos días... Vivo sola. Tengo 85 años, soy viuda y no tengo hijos. Quiero que ores por mí. Tengo tantas luchas internas. ¿Tú también tienes luchas?"

Sonreí para mis adentros y pensé: Si supiera...

Oramos juntas, le agradecimos a Dios por ser tan claro con su amor y providencia y leímos lo siguiente:

"No hay nada que parezca más impotente que el alma que siente su insignificancia y confía plenamente en Dios, y en realidad no hay nada que sea más invencible" (Profetas y reyes, p. 129).

Nos abrazamos y nos despedimos.

Llegué tarde al ensayo, pero no importaba. Sabía que había tomado la decisión correcta y llegué justo para escuchar: "...Su pueblo somos, salvará a los que busquen al Señor. Ninguno de ellos dejará. Él los ampara con su amor”.

En el reloj de Dios las cosas suceden justo a tiempo. Él sabe todas las cosas. Entre ellas, sabe de nuestras luchas internas y, si se lo permitimos, va a ganar la victoria para siempre.

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