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EL VALOR DEL EQUILIBRIO

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"Con esto, se le abrieron los oídos al hombre, se le destrabó la lengua y comenzó a hablar normalmente" (Mar. 7:35, NVI).

EI nervio auditivo o vestibulococlear es el octavo par de los doce nervios craneales. Además de ser responsable de la función auditiva, controla el equilibrio. Nuestro cuerpo funciona de forma maravillosa, y las 24 horas del día de hoy no alcanzarían para aprender todo respecto a este nervio.

Seguramente recuerdas algunos mareos que tuviste, cuánto costo aprender a andar en bicicleta, el miedo a las alturas o la sensación después de una montaña rusa. En todas esas situaciones, estuvo implicado el sistema vestibulococlear. Lo más interesante es que esas fuertes y molestas sensaciones tenían que ver apenas con unos centímetros cúbicos de líquido de los canales semicirculares que movían los pequeños vellos que recubren la cóclea.

Muchas veces, en nuestra vida espiritual, mostramos un desequilibrio interno con manifestaciones externas; entre ellas, que, en vez de escuchar más, hablamos más.

Quizás, así como en el caso del sordo de esta historia, Jesús necesita abrir nuestros oídos para que oigamos lo que tiene para decirnos y que, al destrabarse nuestra lengua, podamos dar testimonio de nuestro encuentro con él. Probablemente, una de las primeras cosas que escuchó aquel sordo tartamudo fue la voz de Jesús, y una de las primeras cosas que contó fue la historia de su sanación.

Quizá caminamos erguidos sin problemas, sin vértigo y sin dolor de oídos, pero nos hace falta recibir el fruto del Espíritu del dominio propio, de la templanza y el equilibrio en todas las esferas de nuestra vida.

"El hombre o la mujer que conserva el equilibrio mental cuando se siente tentado a ceder a la pasión, ocupa un lugar más elevado ante la vista de Dios y de los ángeles celestiales que el general más renombrado que alguna vez haya conducido a un ejército a la batalla y la victoria. Un conocido emperador dijo en su lecho de muerte: 'Entre todas mis victorias, hay una sola que me proporciona gran consuelo en este momento, y esa es la victoria que he logrado sobre mi propio temperamento turbulento'. Alejando y César encontraron más fácil subyugar al mundo que someterse a sí mismos. Después de vencer a una nación tras otra, cayeron, uno de ellos 'víctima de la intemperancia, el otro de una loca ambición'” (Conducción del niño, p. 89). Dios hoy quiere ayudarnos y hacer este milagro en nuestra vida también.

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