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Sra. Lola: Yo lo presencié todo. Fue a mí a quien Tamar acudió llorando. En mi hombro se apoyó cuando no tuvo dónde ir. Puedo decirle lo que sucedió esa noche, porque seguí a Tamar y vi cómo se disfrazó de prostituta. También vi al hombre que la abordó. De hecho, tengo su tarjeta de crédito y el recibo firmado aquí. Supongo que nadie lleva dinero en efectivo en estos días. Lea la firma, señorita Laura. ¡Lo ve! ¡Era Judá! (señala acusadoramente a Judá). ¡Él es el padre del bebé de Tamar! Judá es la persona con la que Tamar tuvo que prostituirse, porque él no cumplió con su deber de ayudarla.
Laura: ¡¿No te da vergüenza, hombre?!
Judá: Es verdad, lo admito. ¡Ella es más justa que yo! ¿Me perdonas, Tamar?
Laura: Ahí lo tienen, amigos. Las cosas no siempre son lo que parecen. Es triste ver el grado de maldad al que pueden llegar algunas personas porque no nos tomamos el tiempo de compartir amor, misericordia y bondad. Adiós a todos, y sean buenos los unos con los otros. No olviden sintonizarnos la próxima semana, hablaremos del caso: «Tres días en el vientre de un pez. Una sorprendente historia de supervivencia».
Lee la historia completa en Génesis 38. Los matrimonios de levirato, en el que una viuda se casaba con el hermano de su esposo muerto, tenían el propósito de brindar apoyo a mujeres que de otro modo quedarían en la indigencia. Cuando Tamar engañó a Judá para quedar embarazada de él, preservando así la línea familiar de su esposo muerto y proporcionándole seguridad financiera, Judá trató de eliminarla por lo que hizo. Cuando Tamar desenmascaró su hipocresía, Judá declaró: «Ella es más justa que yo». Gracias a Tamar, un hombre egoísta y farisaico terminó formando parte de la línea genealógica de Jesús (ver Mat. 1:2-3).