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Las Cruzadas — 2a parte

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«Cuando [...] Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: "Señor, ¿quieres que ordenemos que baje fuego del cielo, y que acabe con ellos?"». Luc. 9:54-55

Urbano continuo: «Los que mueran por el camino o en batalla contra los paganos, tendrán el perdón inmediato de sus pecados. Se lo garantizo por el poder con el que Dios me ha envestido. ¡Qué desgracia si una raza tan cruel v baja conquistara a un pueblo que posee la fe del Dios omnipotente y ha sido glorificada con el nombre de Cristo! ¡Con cuántos reproches nos abrumaría el Señor si no ayudamos a quienes, con nosotros, profesan la fe en Cristo! ¡Hagamos que aquellos que han promovido la guerra entre fieles marchen ahora a combatir contra los infieles y concluyan en victoria una guerra que debió haberse iniciado hace mucho tiempo! Que los que durante mucho tiempo fueron ladrones se conviertan ahora en caballeros.

»Si se ven obstaculizados por el amor de hijos, padres o esposas, recuerden lo que dice el Señor: "El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no merece ser mío; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no merece ser mío" (Mat. 10: 37). "Todos los que por causa mía hayan dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos, o terrenos, recibirán cien veces más. y también recibirán la vida eterna" (Mat. 19:29). [...]

» Extingan, pues, de entre ustedes, todo rencor, que las querellas se acallen, que las guerras se apacigüen, y que todas las asperezas de sus disputas se calmen. Arranquen esa tierra de las manos de pueblos abominables, y sométanlos a su poder. Dios dio a Israel esa tierra en propiedad, de la cual dice la Escritura que "fluye leche y miel" (Núm. 13:27). Jerusalén es el centro; su territorio, fértil sobre todos los demás, ofrece, por así decir, las delicias de otro paraíso. El Redentor del género humano la hizo ilustre con su venida, la honró residiendo en ella, la consagró con su pasión, la rescato con su muerte, y la señaló con su sepultura. Esta ciudad real, situada en el centro del mundo, ahora cautiva de sus enemigos, ha sido reducida a la servidumbre por naciones que no conocen a Dios, a la adoración de los paganos. Exige su liberación, y no cesa de implorarles para que vayan en su auxilio».

«¡Es la voluntad de Dios!», gritó la gente.

El discurso de Urbano incendió su imaginación, y pronto ese fuego consumiría casi todo lo que tocara.

Continuará...

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