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Más que palabras

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«Creer en Dios el Padre es agradarlo y hacer el bien» (Sant. 1:27, TLA).

SE CUENTA QUE, en una ocasión, Francisco de Asís invitó a un compañero a salir con él a predicar. Recorrieron las calles atestadas de gente y, en el camino de regreso, el amigo comentó: «Yo creía que íbamos a predicar pero no lo hemos hecho. ¿Por qué?». Francisco respondió: «Hemos estado predicando todo el tiempo. Cuando nos insultaron aquellos jóvenes, les predicamos con nuestro silencio; cuando nos trataron mal en el mercado, predicamos respondiendo con cortesía; cuando llevamos el saco de ropa a aquella ancianita, predicamos con nuestra misericordia».

Nadie duda de la importancia de predicar con palabras. Hablar de Dios a quien no lo conoce, leer la Biblia a quien ignora sus verdades, usar la comunicación para llegar al corazón de la gente con el amor de Dios es y siempre será necesario. Una palabra dicha en el momento oportuno y de la manera correcta puede abrir un corazón. Pero lamentablemente, abundan tanto la mentira y la hipocresía, que las palabras están devaluadas. Lo que se dice puede estar teñido de intereses, y por lo tanto perder toda efectividad cuando no encaja con lo que se hace. Así, cuando descubrimos el trasfondo de las cosas, nos descorazonamos y tal vez sentimos el deseo de alejarnos de todo lo que suene a religión.

Dios nos dice: «¡Obedezcan el mensaje de Dios! Si lo escuchan, pero no lo obedecen, se engañan a ustedes mismos. [...] Por el contrario, si ustedes ponen toda su atención en la Palabra de Dios, y la obedecen siempre, serán felices. [...] Si alguien se cree muy santo y no cuida sus palabras, se engaña a sí mismo y de nada le sirve tanta religiosidad. Creer en Dios el Padre es agradarlo y hacer el bien, ayudar a las viudas y a los huérfanos cuando sufren, y no dejarse vencer por la maldad» (Sant. 1:22-27, TLA).

Acabas de leer la fórmula del éxito en la predicación del evangelio y en la vida cristiana. Esa misma fórmula que en tan pocas palabras condensó Francisco de Asís. Estudiemos la Biblia en nuestra soledad y transmitámosla a los demás mediante actos de bondad y misericordia, pero midiendo con sumo cuidado el número y la calidad de las palabras que empleemos. Dicho de otra manera: actuemos más y sermoneemos menos.

“Anuncia el evangelio cada día y si es necesario, usa las palabras”. Francisco de Asís

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