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El difícil arte de la resolución de conflictos

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«No juzguen ustedes nada antes de tiempo; esperen a que el Señor venga y saque a la luz lo que ahora está en la oscuridad y dé a conocer las intenciones del corazón. Entonces Dios dará a cada uno la alabanza que merezca» (1 Cor. 4: 5).

DESDE QUE EXISTE el pecado en el mundo, existen los conflictos, y qué difícil es resolverlos. La Biblia nos da claves para lograrlo. Una de ellas se encuentra en Josué 22.

«Las tribus de Rubén y de Gad y la media tribu de Manasés se separaron del resto de los israelitas [...] para regresar a sus posesiones en la región de Galaad, donde tenían tierras según el Señor lo había ordenado» (v. 9). Hasta aquí todo bien; Dios dirigía sus pasos. Pero cuando estaban «todavía en territorio cananeo, levantaron junto al río un gran altar» (v. 10), hecho interpretado por las demás tribus como deslealtad a Dios, pues Israel tenía un santuario, erigido por mandato de Dios y en el que se manifestaba su presencia. ¡Era un acto de rebeldía! O así lo creyeron los demás, que «se reunieron en Siló para ir a pelear contra ellos» (v. 12).

¡Una guerra! Palabras mayores... Afortunadamente, antes de que corriera la sangre, Finees y un jefe de cada una de las diez tribus fueron a presentar las duras acusaciones de traición y rebeldía, para evaluar si las respuestas eran satisfactorias. Para su sorpresa, los acusados resultaron ser inocentes: «La verdad es que lo hicimos porque no queremos que algún día los hijos de ustedes les digan a los nuestros: “¿Qué tienen ustedes que ver con el Señor y Dios de Israel?”. [...] Por eso pensamos en construir un altar, no para ofrecer holocaustos al Señor, [...] Dios nos libre de rebelarnos contra él o de abandonarle» (vers. 24-29).

Como sucede en ocasiones, ambas partes del conflicto habían tenido algo de culpa: las dos tribus y media por no haber explicado lo que estaban haciendo y las restantes por haber condenado a sus hermanos sin investigar cuidadosamente los hechos. Sin embargo, es digna de imitar la actitud de los acusados, que en ningún momento mostraron resentimiento por la falsa acusación, y la disposición de los acusadores a escuchar antes de actuar. Para actuar con altura moral en los conflictos es necesario hacer las preguntas que procedan y escuchar las respuestas oportunas, intentando mantener la unidad.

Conclusión: cuando seas malinterpretada, explica sin orgullo tus actos y motivaciones; asimismo, cuando te sientas tentada a juzgar mal a otra persona, escúchala con cortesía, inclinada a tomar el punto de vista más favorable sobre ella, y dispuesta a alegrarte con la demostración de su inocencia.

“Para juzgar los comportamientos ajenos hay que informarse mucho”. Marco Aurelio

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