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Obedecer o no obedecer

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«¡No tengan miedo! Dios quiere ponerlos a prueba. Si ustedes lo obedecen, todo les saldrá bien» (Exo, 20: 20, TLA).

EN LA UNIVERSIDAD DE YALE se realizó un experimento muy interesante. El doctor Stanley Milgram seleccionó a varias personas y les dijo: «Ustedes serán mis colaboradores en un estudio sobre la tolerancia al dolor. En esa silla se sentará un hombre conectado a la corriente, y cada uno de ustedes tendrá una palanca con la que controlará la intensidad de las descargas. Cuando lo deseen podrán dejar de administrarle corriente». Las órdenes estaban claras. Lo único que no sabían era que el hombre de la silla era un actor, y que en realidad no iba a recibir ninguna descarga.

A la orden de Milgram, los sujetos fueron aumentando la intensidad de las descargas, hasta que el hombre comenzó a gritar: «¡Por favor, paren, no puedo más!». Pero Milgram dio una contraorden: «Ignoren sus gritos y aumenten la potencia». A pesar de que no tenían ninguna razón para hacerle daño y que podían dejar de hacérselo cuando quisieran, la terrible verdad es que todos continuaron infligiendo dolor a un desconocido simplemente porque alguien con autoridad se lo había ordenado.”

Qué concepto tan equivocado de la autoridad. Y sin embargo, cuán cierto es que en ocasiones, aunque algo no nos parezca correcto ni moral, lo hacemos porque la persona que tiene el mando nos lo pide/exige. Al fin y al cabo, si está mal, es culpa de quien dio la orden, ¿no? ¡¡¡Pues no!!! Nuestros actos y sus consecuencias, como adultas que somos, son responsabilidad nuestra, única y exclusivamente. Por eso lo mejor es que revisemos bien nuestro concepto de autoridad y a quién se la concedemos, no vaya a ser que estemos haciendo un daño irreparable.

Este mensaje inspirado resulta revelador: «El que tiene la ley de Dios escrita en el corazón obedecerá a Dios antes que a los hombres, y desobedecerá a todos los hombres antes que desviarse en lo mínimo del mandamiento de Dios. Los hijos de Dios, enseñados por la inspiración de verdad e inducidos por una buena conciencia a vivir según toda Palabra de Dios, tendrán su ley escrita en el corazón como la única autoridad que puedan reconocer u obedecer. La sabiduría y la autoridad divina son supremas» (Consejos para la iglesia, p. 572). No temas desobedecer a nadie cuando obedecer te lleve a desviarte lo más mínimo de los principios de Dios.

“Las Santas Escrituras deben Ser aceptadas como dotadas de autoridad absoluta”. Ellen G. White

* Harold S. Kushner, Living a Life that Matters (Nueva York: Anchor Books, 2002), pp. 46-47.

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