Regresar

De la humillación a la humildad

Play/Pause Stop
«Tras el orgullo viene el fracaso; tras la humildad, la prosperidad» (Prov. 18: 12).

HUBO UN TIEMPO en que las biografías que se publicaban eran las de hombres y mujeres cuyas vidas habían dejado un impacto positivo en la historia de la humanidad. La intención que había detrás era claramente inspirar al lector/espectador a vivir vidas significativas por medio de la imitación de aquellos grandes personajes. Hoy, sin embargo, consumimos biografías de vidas escandalosas, porque nos ayudan a alimentar nuestro ego (como si necesitara ser alimentado) al hacernos sentir que somos mejores que ellos. Por una parte, al regodearnos en los pecados ajenos llegamos a creer falsamente que somos superiores a otros, y nos llenamos de orgullo; por otra parte, al reflexionar en las grandezas ajenas llegamos a sentirnos falsamente humillados cuando nos comparamos con ellos. Como siempre, el ego entorpece el camino de nuestro crecimiento personal.

El apóstol Pablo escribió: «Por nuestro ejemplo aprendan ustedes a no ir más allá de lo que está escrito, para que nadie se hinche de orgullo [...]. Pues, ¿quién te da privilegios sobre los demás? ¿Y qué tienes que Dios no te haya dado? Y si él te lo ha dado, ¿por qué presumes, como si lo hubieras conseguido por ti mismo?» (1 Cor. 4:6-7). No ha lugar a presumir de ser más listas o más talentosas, hemos nacido con una serie de talentos y eso es lo que podemos aportar. Y tampoco ha lugar a presumir de nuestras realizaciones debidas al esfuerzo personal, pues nuestras miras han de ser engrandecer nuestro entorno (y no nuestro ego) de manera altruista. Ese es el camino de la humildad, que nada tiene que ver con la humillación sino con una visión sabia de la vida (ver Sant. 3: 13).

La generalizada tendencia de nuestra sociedad a alimentar el ego ha resultado en una cada vez mayor infelicidad individual y colectiva. Lo que necesitamos es regresar de nuevo a la contemplación de las vidas íntegras y sólidas de los grandes héroes de la fe, como Pablo y especialmente Jesús. Cuando reflexionamos en la grandeza de Dios a través de sus actos en las experiencias de sus hijos es cuando nos damos cuenta de nuestras limitaciones y de nuestra dependencia de él; de ese modo damos paso a la humildad y, contra la humildad producida por el Espíritu Santo, no hay ley (ver Gál. 5:22).

“El orgullo es hijo de la ignorancia; la humildad es hija del conocimiento”. Fulton J. Sheen

Matutina para Android


Envía tus saludos a:
sirleydelgadillo@hotmail.com