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Poco a poco

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«Hasta ahora, solo de oídas te conocía, pero ahora te veo con mis propios ojos» (Job 42:5).

JUAN WESLEY (1703-1791) fue un gran teólogo británico, fundador de la Iglesia Metodista, en la que se hallan las raíces de la Iglesia Adventista. Hijo de un predicador y de una mujer piadosa, Wesley se educó en los principios bíblicos, en los cuales profundizó durante su juventud. Tras la universidad, se empapó de la obra de Lutero, y afirmó haber descubierto, gracias a su lectura, las riquezas del evangelio. Aparentemente, Wesley era ya un cristiano hecho y derecho cuando fue enviado a Estados Unidos a predicar; aun así, tal como registraría posteriormente en su diario, aquel viaje le abrió los ojos.

En pleno Atlántico, se desató una tempestad, y Wesley se descubrió a sí mismo aterrorizado por el miedo a morir; no solo él estaba angustiado, sino todos los ingleses que viajaban en el barco. Sin embargo, un grupo de husitas, protestantes de la Hermandad de Moravia, mantenían una perfecta calma. A juzgar por su semblante sereno, sus palabras controladas y su actitud cristiana, parecían estar disfrutando de un día soleado. Al observarlos, Wesley se dio cuenta de que no conocía a Dios como obviamente lo conocían aquellas personas.* Lejos quedaba la frase: «Ahora conozco las riquezas del evangelio», pronunciada con la sinceridad de quien aún no había pasado ciertas pruebas.

Tanto cuando Jesús vivió en esta tierra, como ahora a través del Espíritu Santo, la Divinidad tiene una manera especial y misteriosa de madurar el corazón humano. No siempre es la más directa, ni sucede todo de una vez, sino que a veces hacen falta etapas o experiencias de la vida. Así como cuando nosotras recurrimos al mayor tacto de que somos capaces para enseñar lecciones a los niños, Dios usa el tacto más exquisito con sus hijos. De ese modo «el que quiera oír, oirá, pero el que no quiera, no oirá» (Eze. 3:27).

El Señor ofrece la verdad sin invadir. Así se la ofreció a Wesley, quien tuvo la sensibilidad de ver una lección en una experiencia de la vida. Y sobre todo, tuvo la humildad de no creer que sabía lo suficiente por el hecho de haber sido criado en cierto entorno, o por tener un título universitario y muchas lecturas acumuladas. Por eso, suavemente, Dios pudo tocar su conciencia, y conducirlo de la mano hasta ese punto en que pudiera decir: «Hasta ahora, solo de oídas te conocía, pero ahora te veo con mis propios ojos» (Job 42:5). Reconozcamos nuestra necesidad de que Dios siga abriendo nuestros ojos para que podamos ver.

“El que reconoce sus limitaciones, está muy cerca de llegar a la perfección”. Johann Goethe

* Martyn Lloyd-Jones, Depresión espiritual (Míchigan: Desafío, 1998), pp. 40-41.

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