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¡Qué fracaso no aprender de los fracasos!

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«Me he dedicado de lleno a la comprensión de la sabiduría, y hasta conozco la necedad y la insensatez» (Ecl. 1: 17, NVI).

SE CUENTA que un joven periodista recibió el encargo de entrevistar a un experimentado y muy exitoso hombre de negocios. «Señor, ¿cuál diría usted que ha sido la clave de su éxito?». «Dos palabras —respondió el hombre—, buenas decisiones». «¿Y cómo se aprende a tomar buenas decisiones?», quiso saber el joven. «Una sola palabra: experiencia», dijo el empresario. Tomando notas, el periodista añadió: «¿Y cómo se adquiere esa experiencia?». «Dos palabras: malas decisiones».

Puede parecer una paradoja, pero no lo es: tomar malas decisiones es, en muchos casos, la clave del éxito, siempre y cuando sepamos hacer de esas experiencias algo útil para el futuro, bien porque nos han llevado a descubrir cuáles son y cuáles no son nuestros verdaderos talentos, bien porque nos han enseñado que la próxima vez que pasemos por una situación similar hemos de tomar decisiones diferentes, o bien porque nos hemos dado cuenta de que debemos cambiar totalmente de rumbo.

Llevado a términos espirituales, este relato trae a mi mente una realidad que, en demasiadas ocasiones, conduce a la gente al fracaso cuando la experiencia, bien utilizada, podría haber llevado al éxito rotundo en esta vida y la venidera. Por ejemplo, hay gente que, aun teniendo temor de Dios, habiendo nacido en un hogar cristiano o conociendo las verdades del evangelio, toma malas decisiones en la vida: un enamoramiento fulminante que termina arrastrándonos a una relación destructiva, a malas compañías o a un abandono de la experiencia religiosa; un embarazo de soltera que ha precipitado infinitas decisiones cada cual más errónea; un coqueteo con las drogas, el alcohol u otra adicción que de pronto se apodera de nuestra voluntad... Todas cometemos errores y a todas nos cuesta admitirlos, pero tras la experiencia vivida como consecuencia de la mala decisión siempre tenemos dos opciones: 1) permanecer estancadas en el error o indecisas por miedo al rechazo, al dolor o al sacrificio; y 2) no dejar que las malas decisiones se eternicen en nuestra vida sino utilizar la experiencia para vencer la carrera de la fe. Las malas decisiones pueden ser el camino a las buenas decisiones. Quizás si nunca tuviéramos ciertas experiencias de oscuridad, nunca llegaríamos a la luz de una fe sólida y madura.

“Experiencia no es lo que le sucede a un hombre, es lo que hace un hombre con lo que le sucede”. Aldous Huxley

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